La inversión y la desaceleración, por Iván Alonso
La inversión y la desaceleración, por Iván Alonso
Iván Alonso

Hemos dicho públicamente hace poco que nunca fue tan alta la como en el segundo gobierno del ex presidente . Hoy, a la luz de estadísticas más recientes publicadas por el INEI y que entonces no teníamos presentes, debemos retractarnos. Pues si durante el gobierno anterior se llegó a invertir hasta un 27% de todo lo que producía el país, en los primeros dos años de este gobierno se ha invertido casi el 30%. Pero lo que tratábamos de decir se mantiene incólume. Ambas son tasas de inversión altísimas, y en algún momento tenían que bajar. Eso es justamente lo que ha sucedido en el segundo trimestre de este año.

Se atribuye la menor inversión a la falta de confianza del sector privado. Puede ser, en efecto, que la consulta previa y los permisos, las multas e inspecciones, hayan colmado la paciencia de los empresarios. Pero no ha sido ese necesariamente el factor determinante de la caída en la inversión privada, que en buena parte explica la desaceleración económica que vivimos.

En el 2010 la inversión privada creció 26%; en el 2011, 17%; en el 2012, 14%; y en el 2013, 3%. Esta disminución gradual en la tasa de crecimiento parece natural, si consideramos cuál es la motivación para invertir. La inversión es solamente un medio para aumentar la capacidad de consumo, que es lo que a la gente primordialmente le interesa, porque es lo que le brinda satisfacciones tangibles e inmediatas. Pero si la inversión sigue creciendo a pasos agigantados, tarde o temprano tendremos que empezar a consumir cada vez menos (o a importar cada vez más, hasta desembocar en una crisis de la balanza de pagos).

La caída de la inversión además nos parece saludable. La inversión no es, en sí misma, ni buena ni mala. Hay proyectos buenos y proyectos malos. Algunos muy rentables; otros que ni siquiera llegan a recuperar el capital invertido. Es inverosímil pensar que pueden aparecer tantos proyectos tan buenos y durante tanto tiempo. Si forzamos las cosas para mantener indefinidamente el crecimiento de la inversión en el nivel en el que estaba, probablemente terminemos con una cantidad de fierros oxidados que no rinden beneficios para nadie. La desaceleración de la inversión –y de la economía– podría ser el precio a pagar para evitar una caída abrupta más adelante.

¿Cómo es, después de todo, que la inversión contribuye al crecimiento económico? Tiene primero una contribución –efímera, podríamos decir– mientras un proyecto se construye. Los sueldos de los ingenieros y albañiles se suman al , pero solamente en la medida en que, de no ser por ese proyecto, hubieran estado desocupados o dedicados a ejecutar otros de menor valor. La contribución principal viene después, y consiste en los bienes y servicios que gracias al proyecto se puede ofrecer al público. Si la gente no valora lo suficiente esos bienes y servicios, el proyecto termina siendo un desperdicio de recursos.

El aspecto más preocupante de la desaceleración es la sensación generalizada de que el gobierno tiene que hacer algo. Porque lo que suele hacer para estimular el gasto o la inversión es dar incentivos tributarios o de otra índole que interfieren con el normal desenvolvimiento del mercado. Es preferible mantener la calma y esperar a que la inversión vuelva a crecer cuando las nuevas oportunidades lo ameriten.