El Gobierno presentó ayer su proyecto de ley para la convocatoria a una asamblea constituyente. Al leer el proyecto, lo que queda más claro es que esta propuesta –inconstitucional, mal elaborada, incoherente– es claramente una medida política de fuga hacia adelante, dentro de una gestión en la que, como decía Manuel González Prada, “donde se aplica el dedo, brota la pus”. En este caso, esto sucede por todas partes como consecuencia de la inoperancia, la incapacidad y la permisividad, cuando no participación, de actos de corrupción.
Es decir, se trata de alentar una vana ilusión que se sabe que no tendrá los resultados proclamados. El Gobierno se saca de la manga una carta para deshacerse del serio problema en el que está metido, allí donde ninguna de sus (pocas) políticas tiene aciertos y las pocas que funcionaban –como el Minsa y la vacunación– han sido destrozadas. Sabe de antemano que su proyecto no va a prosperar, pues más allá de los votos de Perú Libre y aliados, está lejos de la mayoría necesaria (66) para dar inicio al proceso de modificación de la Constitución.
El presidente Pedro Castillo y la izquierda han hecho de la asamblea constituyente la ilusión del cambio que produciría una Constitución que sería el resultado de un “nuevo pacto social” y que llevaría al país a un edén en el que se realizarían todos los sueños. De la misma manera, la derecha cree que una asamblea constituyente sería el fin de sus días. Ni lo uno ni lo otro, pero es un elemento más para la polarización.
Lo que sí parece cierto es que una convocatoria de esta naturaleza arrojaría la misma calidad representativa de la que tenemos en el Parlamento, por lo que no se podría esperar una Constitución que es imaginada como un libro sagrado.
En nuestro país, uno de los que más Constituciones ha tenido en la región, ninguna salió como resultado de un “pacto social”, al estilo estadounidense o francés. En el siglo XIX, nacieron en medio de dictaduras, guerras civiles o correlaciones efímeras favorables a liberales y conservadores. Y, en el siglo XX, las cuatro, 1920, 1933, 1979 y 1993, en medio de dictaduras o gobiernos autoritarios. No conocemos, históricamente, otra manera de hacer constituciones. Incluso la de 1979 no fue firmada ni reconocida por la izquierda. En cambio, el Apra y el PPC, que en coalición elaboraron gran parte de dicha Carta Magna, hoy están lejos de reconocerla como un modelo a seguir.
Como se ha observado en los temas y debates en los tres últimos Parlamentos, probablemente una hipotética Constitución sería muy conservadora y varios derechos sociales serían limitados. La izquierda, sobre todo Perú Libre, cree que de las raíces de la tierra saldrá ese pueblo que ellos ven indómito y puro. Piensan que de este brotará, a su vez, una calidad representativa como la de ellos. En realidad, como hemos comentado, el proyecto, por carecer de apoyo en el Congreso, no tiene futuro, aun cuando el efecto político sí es inmediato –cambió la agenda política–, igual que el económico –cayó la bolsa y subió el dólar–.
Pedro Castillo ha restablecido su relación con Vladimir Cerrón, quien le aporta votos ahora a cambio de una quimérica asamblea constituyente. Sobrevivir le ha resultado un estado natural de existencia política. Pero Castillo no ha cambiado, ha empeorado. Si antes era una figura por conocer, ahora está claramente perfilado. Su falta de criterio, experiencia y negación de la realidad, cuando no ausencia de escrúpulos, solo le permiten sobrevivir en un cargo que no solo le queda grande, sino que un quinquenio le debe resultar insufrible, como a todos.