"Los objetivos del desarrollo se formulaban generalmente en términos agregados, esto es, en términos de variables macroeconómicas, como la inversión o la balanza de pagos". (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Los objetivos del desarrollo se formulaban generalmente en términos agregados, esto es, en términos de variables macroeconómicas, como la inversión o la balanza de pagos". (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Iván Alonso

A los 80 años ha muerto en su casa de Londres, víctima del coronavirus, Deepak Lal, uno de los economistas que más contribuyó a desmitificar las doctrinas sobre el desarrollo económico basadas en lo que él bautizara como el “dogma dirigista”. Esas doctrinas reinaron en el mundo intelectual y político desde mediados del siglo pasado hasta la última década del mismo, cuando fueron desplazadas para bien por el Consenso de Washington. Unos años antes Lal había publicado una pequeña, pero devastadora obra titulada “La miseria de la ‘economía del desarrollo’”.

La esencia del dogma dirigista consistía en la desconfianza del sistema de precios como mecanismo para coordinar las actividades económicas y sacar el mayor provecho posible a los recursos disponibles. Los economistas del desarrollo pensaban que el sistema de precios –también llamado economía de mercado– podía funcionar en los países avanzados, pero no en el Tercer Mundo. En estos tenía que ser el Gobierno el que dirigiera el uso de los recursos –de los más críticos, al menos– para lograr los objetivos del desarrollo. Era el Gobierno el que tenía que definir una “estrategia”. No se podía abandonar el desarrollo a las fuerzas del mercado.

Los objetivos del desarrollo se formulaban generalmente en términos agregados, esto es, en términos de variables macroeconómicas, como la inversión o la balanza de pagos. No existe, sin embargo, tal cosa como “la inversión”; lo que existe es la inversión en tal o cual negocio. Los desarrollistas priorizaron la inversión en ciertas industrias que consideraban estratégicas, como la industria del acero o la del cemento, ignorando que las inversiones más productivas podían estar en otros sectores. Su desdén por el sistema de precios les impedía ver qué era lo que la gente realmente necesitaba. Al invertir en los sectores que a los gobiernos les parecían estratégicos, pero que no respondían a las necesidades de la gente, el dogma dirigista dilapidó los ahorros de los países en desarrollo y los empobreció.

El libre comercio era otro de los villanos favoritos del dogma dirigista. En su visión condescendiente (o arrogante), el libre comercio con países más avanzados condenaba a los países del Tercer Mundo a ser exportadores de materias primas. El proteccionismo se volvía indispensable para la industrialización y el desarrollo. El resultado fue todo lo contrario: estancamiento, ineficiencia e inequidad, para no hablar de corrupción. Fue cuando bajaron las barreras arancelarias y abrieron sus economías que países como el nuestro comenzaron a crecer y a diversificar sus exportaciones.

Deepak Lal hablaba con conocimiento de causa. Comenzó su carrera en el servicio diplomático y luego pasó a la comisión de planificación de la India. Fue profesor en Oxford y asesor de la Organización Internacional del Trabajo, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de las organizaciones de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (Unctad) y para el Desarrollo Industrial (Onudi), del Banco Mundial y de los ministerios de Planificación de Sri Lanka y Corea del Sur. Y a pesar de todo, como ha dicho un obituario en el “Business Standard” de Nueva Delhi, “todavía sabía su teoría económica. La mayoría de economistas indios o la han olvidado o nunca la supieron”. Sí, pues; cosas que pasan.

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