Este lunes le toca al primer ministro Pedro Cateriano cumplir con el tortuoso deber de ir al Congreso de la República a solicitar el voto de investidura para su Gabinete. Como una mala película, no es difícil predecir lo que va a pasar al final, pues es lo mismo que ocurre siempre: horas y horas de monólogos interminables de los parlamentarios despotricando contra el Gobierno y haciendo mención a iniciativas o asuntos que poco o nada tienen que ver con el objetivo de la cita, para luego otorgarle la confianza a los ministros.
El debate es siempre ficticio, pues son apenas un puñado de congresistas los que efectivamente escuchan el discurso inicial del primer ministro. El resto llega con una perorata predefinida que ninguno de sus colegas escucha tampoco. No hay pruebas, pero tampoco hay dudas de que, ahora que nuestros destacados padres de la patria pueden escudarse tras la cámara apagada de la computadora, más de uno debe aprovechar para echarse una pestañadita hasta que el asesor de turno le pasa la voz para avisarle que le toca intervenir.
No se vaya a pensar que el voto de investidura es un acto sin relevancia. Es, de hecho, una pieza importante del balance de poderes. Sin embargo, la realidad política en la que se desarrolla actualmente impide que tenga una utilidad práctica. El Parlamento –el encargado de validar el nombramiento del nuevo Gabinete– hace tiempo ha dejado de ser un espacio de deliberación y debate sesudo, para convertirse, más bien, en un escenario asíncrono absolutamente desconectado de la ciudadanía.
Esta pantomima democrática –el supuesto debate por la confianza del Gabinete– es un ejemplo más de la urgencia con la que se requiere una reforma para mejorar la representación política en nuestro país, el problema es que es esta misma representación raquítica la que tiene que aprobarla, con lo cual sus probabilidades de ver la luz son siempre escasas.
Otra potencial fuente de decepción del lunes es el discurso de Pedro Cateriano. El nombramiento del flamante primer ministro generó expectativas en un sector de la población –especialmente en el empresariado–, sin embargo, el mensaje presidencial de 28 de julio parece haberlas disminuido significativamente.
La propuesta que Cateriano transmitió en los medios de comunicación tras su nombramiento estuvo centrada en una reactivación económica basada en la promoción de la inversión privada. Este discurso claramente difería del que había tenido Vizcarra a lo largo de su Gobierno, pero ante la ausencia de declaraciones del presidente que validasen o rechazasen los planteamientos de Cateriano, la estrategia siguió viva hasta el martes de esta semana.
En su discurso de Fiestas Patrias, Vizcarra hizo más de una mención a la empresa privada, pero apenas una de ellas fue positiva. Así, todo parecería indicar que la PCM no va a contar con el respaldo político de Palacio de Gobierno para impulsar con fuerza las iniciativas que tenía planificadas vinculadas al crecimiento económico. El Ejecutivo llega poco coordinado a la cita en el Parlamento.
El sector que llega con mayor solidez al pedido del voto de investidura es el de Salud. A diferencia de Cateriano, hay que reconocer que Pilar Mazzetti sí ha estado a la altura de las expectativas de la opinión pública y de Palacio. Por un lado, supo actuar rápidamente en Arequipa para desplazar al gobierno regional y poner al Minsa a cargo de la gestión de la pandemia. Por otro, tal vez el más importante, ha logrado convencer al Gobierno de cambiar su discurso optimista respecto a la situación del COVID-19 en el país. La bendita meseta ha sido desplazada por un sinceramiento en la cantidad de muertes producto del nuevo coronavirus y por un sentido de urgencia que parecía haberse perdido. Esperemos que esto marque el camino para un cambio sostenido en el comportamiento de la población que permita detener el ya evidente rebrote del virus.