(Foto: AP)
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Richard Webb

Vivimos tiempos bíblicos, amenazados por dogmas en cada esquina. No las religiones tradicionales, que felizmente viven un estate quieto, por lo menos en esta parte del mundo. Pero la religiosidad se traslada a nuevos terrenos, desde la política y la economía hasta la comida. Su proliferación quizás es una búsqueda de timones para navegar un mundo de cambio sorpresivo y radical. Nuevos sacerdotes nos garantizan que la buena vida dependería de ingerir bidones enteros de agua cada día, o de consumir uña de gato, o quinua, o maca, o megapastillas vitamínicas. En el campo de la economía algunos nos aseguran que el mundo se acabará si hacemos minería mientras que, con igual convicción, otros afirman que no hacer minería sería una condena a la pobreza.

La reflexión me acompañó en un reciente viaje a Cajamarca, que podría decirse es la Palestina peruana, la tierra santa disputada por mineros y antimineros. Desde la ventana del avión me sorprendió ver en los alrededores de la ciudad múltiples construcciones largas, como las que se avizoran cuando se aterriza en Bogotá, cuyo valle se ha llenado de invernaderos para el cultivo de flores. Pero, ¿flores en Cajamarca?

Pues sí, casi de un día para otro se levanta una nueva agricultura de flores en Cajamarca, actividad que necesita riego asegurado y buena logística para trasladar el producto a centros urbanos. De un día para otro el valle de Cajamarca se está volcando al cultivo de rosas, aprovechando el clima, la disponibilidad de agua y mejoras logísticas.

Fue el primer descubrimiento de la visita, pero siguieron más porque una variedad de emprendimientos nuevos se levantan en la ciudad y en sus alrededores. Ciertamente, la capital vive una recesión a consecuencia del agotamiento de la mina Yanacocha y de la postergación de otros proyectos mineros. Por ahora sobran taxis, restaurantes y tiendas. No obstante, tanto en la ciudad como en los distritos aledaños de Baños del Inca y Encañada se descubre una variedad de emprendimientos relativamente nuevos, como la producción de cuy, quesos, hortalizas, truchas, madera, y arándanos, productos que dependen de buenas comunicaciones, de riego asegurado y del aprendizaje de nuevas tecnologías. Se trata, además, de una agricultura interconectada con servicios de transporte, comerciales, de abogacía y otros que generan oportunidades de trabajo. Además, la producción lechera no deja de aumentar, creciendo 5% al año desde hace dos décadas. A una altura de 3.800 metros, a pocos kilómetros de la mina Yanacocha, encontré un fundo cuyo dueño hace un año construyó un invernadero para el cultivo de rosas y hoy produce flores de excepcional tamaño y color, felicitadas por la empresa compradora Rosatel.

La minería ha contribuido al dinamismo que se observa en las provincias aledañas de Cajamarca, a través del canon y también de la construcción directa de caminos, sistemas de agua y programas de fomento a la asociación y la innovación. Pero los motores del desarrollo no se limitan a la minería. Gran parte de Cajamarca no es minero y, sin embargo, sus ingresos familiares han crecido 4,5% al año desde el 2004, superando la mejora en regiones como Lima (3,2%) e Ica (1,8%). La minería no es el fin del mundo ni un requisito absoluto, pero sí una ayuda potencial.