Durante la jornada del martes 7, se hizo pública la fuga de Juan Silva Villegas, el profesor que desempeñó funciones como ministro de Transportes y Comunicaciones de este gobierno durante un lapso cercano a los siete meses (del 29 de julio del 2021 al 28 de febrero del 2022).
Silva Villegas no era un ministro cualquiera. De hecho, como coterráneo del mandatario, se le atribuía pertenecer al grupo cercanísimo al presidente Pedro Castillo, que Mario Ghibellini llamaba con precisión y gracia “La Chota Nostra”. Esa cercanía hizo que Silva resistiera en el cargo hasta tres gabinetes, incluyendo aquel brevísimo presidido por el congresista Héctor Valer (detenido el martes debido a delitos ambientales; hoy en la bancada de Perú Democrático, que lidera Guillermo Bermejo e integra Betssy Chávez, censurada hace solo unas semanas).
Las acciones de control político por parte del Parlamento tardaron en llegar para Silva. La interpelación a la que acudió en noviembre del 2021, no pasó de ser un show. Luego, en diciembre, solo un grupo reducido de congresistas secundó la moción, que tardó en tomar fuerzas. Recién hacia finales de febrero parecía encaminado un proceso de censura. Fue precisamente en medio de ello que Silva renunció.
Cuando se dio el nombramiento de Silva, llamó la atención no solo por su falta de experiencia en el sector, sino por los numerosos cuestionamientos que arrastraba (incluyendo la imposición de múltiples papeletas). Apenas inició su gestión, este Diario lo llamó con acierto “el embajador de las combis”, denunciando una serie de estropicios y muy cuestionables nombramientos y remociones.
Los siete meses de Silva en el cargo merecen un escrutinio cercano y riguroso. Algo de ello ya hizo la prensa, en particular este Diario. Y no es para menos, el sector maneja una porción importante del presupuesto nacional y debería ser un motor de las políticas públicas de inclusión que cualquier gobierno debiera encaminar.
El presidente Castillo, sin embargo, prefirió manejarlo como una de las cuotas más importantes de su gestión y designó a una persona poco capacitada y que, en su paso por el MTC, no hizo más que acumular denuncias. El hecho de que hoy Silva enfrente una orden de detención preliminar salpica de lleno al primer mandatario por el vergonzoso hecho de que, quien hace solo cuatro meses despachara con él en Palacio, hoy rehuye a la justicia.
Además, complica la situación de Castillo en tanto que agrega un nombre más a la creciente lista de excolaboradores suyos que enfrentan alguna medida restrictiva. Como se sabe, quien fue el primer Secretario General de la Presidencia de la República, Bruno Pacheco, también afronta un mandato de detención y se encuentra en la clandestinidad. Si a ello se agrega el caso de Fray Vásquez Castillo, sobrino del jefe de Estado, el grupo se hace cada vez más incómodo.
Se ha creído que solo la cercanía a Vladimir Cerrón es problemática. Pero los círculos personales del mandatario han mostrado ser también tóxicos. En la conformación de aquellos, poco ha tenido que ver la derecha o algún plan desestabilizador, como el que recurrentemente menciona el presidente del Consejo de Ministros Aníbal Torres.
¿Hasta cúando y dónde puede ocultarse Silva? ¿Cuándo dejará de estar a “buen recaudo”, como dice su abogado? Por su cabeza, en todo caso, podría estar pasando aquel pasaje de la canción de Soda Stereo cuyo título encabeza esta columna: “no tenemos dónde ir / somos como un área devastada / carreteras sin sentido / religiones sin motivo / cómo podremos sobrevivir”. Y quizás piense en Bruno Pacheco, otro fugitivo que tuvo cercanía a la presidencia, y diga: “siempre seremos prófugos los dos”.