“Perdonarán la suspicacia, pero si algo nos ha enseñado el Parlamento 2020-2021 es que siempre se puede estar peor”. (Foto: Francisco Neyra/GEC).
“Perdonarán la suspicacia, pero si algo nos ha enseñado el Parlamento 2020-2021 es que siempre se puede estar peor”. (Foto: Francisco Neyra/GEC).
/ FRANCISCO NEYRA
Andrés Calderón

El quinquenio 2016-2021 ha sido, políticamente hablando, desastroso.

Tan malos han sido nuestros representantes en el Ejecutivo y en el que pareciera que no hubiéramos votado por ellos, sino que el Fondo Blanquiazul los hubiera contratado.

La más reciente confirmación de que nos acercamos al 2021 con una pandemia no controlada, y para contrarrestarla, ni siquiera parece sorpresiva. Luego de jalar todos los controles y prácticas calificadas, es muy difícil aprobar el curso en el examen de fin de año.

Partamos por reconocer que en el mercado de las vacunas anti-COVID-19, el Perú no era uno de los mejores competidores. No había un exceso de oferta, y las negociaciones de adquisición para un país en vías de desarrollo siempre serán menos cómodas que para un país rico, grande en población y estable. Mientras desde el Legislativo y el Gobierno juegan al gran bonetón, los máximos representantes de otras naciones siguen finiquitando acuerdos para asegurar la compra de vacunas. Ahí donde se necesitaba unión para paliar nuestras debilidades estructurales, hubo egoísmo y mezquindad. Esa frasecita no pasó del bordado de una camisa y el cliché. El Perú nunca estuvo primero.

Estamos en el fondo de la tabla. Al final de la cola. Peor aún. Nos han dicho que la cola está larguísima, ya dobla la cuadra, y ni siquiera hemos salido a formarnos. Seguimos en nuestras casas en pijama.

¿Qué nos queda? ¿Apostar al misticismo que evocan la quema de un muñeco y el cambio de un dígito para soñar que el año nuevo será mejor?

Perdonarán la suspicacia, pero si algo nos ha enseñado el Parlamento 2020-2021 es que siempre se puede estar peor. Se de la disolución parlamentaria aquel 30 de setiembre del 2019. También desde el primer intento en diciembre del 2017. Pero el ánimo combativo y el fanatismo tribunero pesaron más. El consuelo de quienes nos opusimos al exacerbado juego de vacancias y disoluciones, no obstante, tiene la utilidad remilgada de quien usó su mascarilla todo el año solo para ver a tanto idiota que la usa de corbata en la calle. No hay alivio, sino fatiga.

Además de los destrozos que ha perpetrado el Congreso (con complicidad de un Ejecutivo que nunca tuvo capacidad política de maniobra) tanto en las arcas estatales como en la Constitución, uno de los pasivos más grandes que nos hereda este período es el de la intransigencia. Nuestro Legislativo está hecho de teflón. La evidencia y el diálogo le resbalan. Es inmune a las reiteradas sentencias de inconstitucionalidad. Ni las decenas de miles de fallecidos ni la caída en la calificación crediticia del país los agobian. El ‘carejebismo’ es su logo partidario.

¿Cómo salir del hoyo, entonces? Con humildad. Quisiera fantasear que vamos a tener un gran gobernante y un Congreso de polendas en el 2021, pero no lo creo. La clase política no cambia milagrosamente de un año para el otro. Aspiremos, modestamente, a tener un Legislativo mayoritariamente decente, y construyamos a partir de allí. Compuesto probablemente por gente no idónea, pero, por lo menos, honesta y dialogante. Que se equivocará, con toda seguridad, pero sabrá enmendar. Personas cuyos cimientos personales resistirán los embates politiqueros de quienes solo viven para manipular el poder a su antojo.

Después de descender a la Liga 2 es iluso creer que vamos a campeonar en la Libertadores al año siguiente. Que este 2020 que nos ha quitado casi todo, no nos arrebate también la perspectiva.