No le doy ‘like’ a este peligroso juego virtual de meter carbón al gobierno para que, con pechadores pedidos de confianza, patee el tablero de la cohabitación con el fujimorismo. No comulgo ni con la despectiva suposición minimalista de que los otorongos naranjas se echarían para atrás al ver peligrar la mamadera congresal; ni con la maximalista de que, como son tontos y prepotentes, darán la batalla hasta el final, hasta que el presidente los disuelva. Según este extremo ‘wishful thinking naker’, Keiko perdería la mayoría tras nuevas elecciones congresales. O sea, el presidente del destrabe de la inversión nos sumiría en un pasajero caos que enervaría el riesgo-país, pero saldría fortalecido con una nueva mayoría. O sea, disolver a Keiko en un cívico, constitucional, iluso y caviar 5 de abril.
PPK ya le puso hartos paños fríos a su torpe declaración a favor de esta teoría. Tras sus tres días perdidos en Paracas, entró en razón. Era fácil caer en la cuenta de que no puede apelar a un recurso extremo si antes ni siquiera ha ensayado el muy simple, democrático y obligado por las circunstancias, ‘aló, Keiko, quiero hablar contigo’. Salvo los contactos entre Fernando Zavala, Luz Salgado y los voceros naranjas, no hemos sido notificados de que el presidente haya hecho intentos personales de conversar con la lideresa de la oposición. Su retraimiento no hace fácil el diálogo, pero, vamos, si PPK la llama no podría negarse a una bajada al llano de la buena política, al gesto a la vez de humildad y grandeza que corresponde a quien lleva las riendas del poder y obliga a quien las pretende. Déjense de vainas y conversen.
La interpelación a Saavedra es una deplorable iniciativa del Apra y del fujimorismo. La deploro porque supedita una reforma bien encaminada a intereses segmentarios y porque no es transparente. El pliego interpelatorio tiene motivos ocultos: el rechazo a la reforma universitaria y el miedo conservador ante la educación sexual en los colegios.
Así como deploro la iniciativa interpelatoria, deploro que la primera reacción del gobierno fuese fatalista y personificada en la cabeza de Jaime Saavedra, como si pudieran salvarla sacando pechito y sumando votos. La reacción tuvo que ser, en primer lugar, en defensa de la reforma. Había que explicarla didácticamente a la población afirmando que su valor trasciende al ministro y concediendo algunos ajustes en los puntos que el propio gobierno admite como ‘perfectibles’. Y había que prever que el conservadurismo haría alharaca contra la educación sexual, y explicar serenamente su pertinencia. Poner a la reforma integral de la educación antes que a la persona con fajín es la mejor manera de afrontar la interpelación y el ánimo de censura.