El escándalo del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV, por sus siglas en latín), tras la publicación de “Mitad monjes, mitad soldados” (Pedro Salinas y Paola Ugaz), es un culebrón. No acabará en años. Tendrá consecuencias letales sobre la secta y muy graves para la Iglesia Católica local. Es casi imposible que el SCV se yerga sobre el cadáver moral de su fundador Luis Fernando Figari (ojo que no me anticipo a dictar sentencia, su defensa ya admitió que es culpable de abusos psicológicos).
¿Cómo va a sobrevivir el Sodalicio si su dirigencia aún apaña a Figari? Mantenerlo en Roma a recaudo de la opinión pública peruana, ponerle un abogado de fuste como Armando Lengua Balbi y formar una rimbombante Comisión de Ética para la Justicia y Reconciliación es tomarnos por tontos. Esa comisión es una burla: Miguel Humberto Aguirre es un pan de Dios incapaz de enfrentarse a nadie. Por eso fundó los “Diálogos de fe” y se limitó a darle el amén al cardenal Cipriani. Rosario Fernández, ex ministra de Justicia, es una activista provida y amiga de las causas conservadoras, al igual que Maíta García Trovato. El obispo de Lurín, Carlos García Camader, maneja la diócesis en la que operan casas del SCV. Completa el grupo el juez Manuel Sánchez-Palacios, cuya filiación religiosa no conozco, pero bastan los otros cuatro para aseverar que esta no es una convocatoria ni seria ni justiciera. Para colmo, los cinco han firmado un pacto de confidencialidad.
Caray, que el Sodalicio salte de su nube de una buena vez y asuma que su puritanismo, como todos los puritanismos, es en esencia hipócrita: es de necios creer que el recogimiento en casas de retiro los hacía virtuosos, cuando era el viejo truco –por Dios, ¡no se dieron cuenta ya!– de su fundador para tener un grupo sometido a sus bajas pasiones. Al delfín de Figari, Germán Doig, también lo pillaron en conductas impropias, y el SCV tuvo que cancelar la campaña ¡en pro de su beatificación! Mitad ingenuos y mitad... Mejor no sigo.
Dejémoslos al Sodalicio en esta crisis que podría ser terminal y pidamos una reflexión a todos esos padres irresponsables que dejaron a sus hijos a expensas de Figari y compañía. Sus prejuicios a favor de estos cucufatos que discriminaban a los chicos por colegios y pintas explican el encumbramiento de la secta. Y ahora, me temo, postergarán un tiempo su debacle, pues son algunos de ellos los que financian y protegen a Figari en Roma.
Debo reconocer que el cardenal Cipriani ha sido más proactivo que Alessander Moroni, el nuevo líder del SCV, en buscar procesar a Figari. Públicamente ha pedido que este venga a Lima a dar la cara, pero el SCV lo protege en Roma. Irónicamente, cuando el escándalo crezca hasta el punto que el Vaticano pida una acción radical, hasta sus pares reclamarán la cabeza del cardenal. La Conferencia Episcopal Peruana no ha hecho nada por las víctimas, pero ya anticipó ese desenlace en un comunicado donde adjudica toda la responsabilidad del entuerto al arzobispo de Lima.
Cuando Moroni, en el comunicado del SCV, dice: “Aunque pueda ser difícil de comprender para algunos, el Sr. Luis Fernando Figari debe ser mantenido en Roma hasta tener nuevas instrucciones de la Santa Sede”, traduce una fuerte tensión con Cipriani, quien, lo sé por trascendidos, ha discutido fuertemente con él pidiendo que el SCV no lo apañe. No se arredre, cardenal. Haga efectivo su reclamo de acciones radicales contra estos laicos tan consagrados como descarriados. Se le reconocerá.