Luego de que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el criterio que usa internacionalmente (de US$10 a US$50 de ingreso diario per cápita) señalara que la mayoría de peruanos (51%) es clase media, aparecieron muchos comentarios, artículos e informes que decían que era una cifra exagerada. Probablemente la razón por la que en lugar de alegrarse se critique la cifra se deba a que muchos comentaristas no han tomado aún en cuenta el peso de la gran parte de la población peruana que conforma la nueva clase media. Veamos.
En primer término, entendemos que una cantidad de críticos a la cifra lo hace en su postura usual de negar lo positivo que ocurre en el país. Algunos niegan que haya más clase media porque no quieren aceptar datos que podrían ser considerados logros del gobierno de turno. Otros, porque viven de ser antisistema y les es contraproducente reconocer que hay menor pobreza. Y varios porque simplemente creen que las malas noticias venden más que las buenas.
Pero es más difícil entender la posición de quienes se oponen a las cifras del BID con argumentos algo más estructurados. Por ejemplo, quienes dicen que la “clase media es el nivel socioeconómico (NSE) B y C” (35% del Perú) o quienes afirman que “para ser clase media se debe tener... microondas, lavadora o jubilación” (20% o menos de la población).
En ambos casos podría haber una orientación correcta. En uno, porque existe una cierta relación entre ingreso y NSE (aunque el NSE no mide riqueza), y ese dato podría ayudar a definir quién tiene bienestar y quién no. En el otro, porque dentro de las ciencias sociales es válido usar un indicador simple (o “proxi”) que ayude a explicar más fácilmente un fenómeno, como cuando se dice que tener lavadora indica un nivel de comodidad típico de la clase media.
¿Pero por qué tan grande diferencia con el BID (o con Arellano Marketing, que por el lado del gasto define que 57% del Perú urbano es clase media)? Quizá porque esos analistas no incluyen en su cuenta a muchas familias de la nueva clase media (Rolando Arellano, “Al medio hay sitio”, Editorial Planeta, 2010), que son dos tercios de la clase media peruana. Esa nueva clase media, integrada por personas de origen migrante, tiene un nivel de bienestar alto, pero comportamientos y actitudes distintos a los de las clases tradicionales, que por ello no llegan a entenderla. Al tener gustos musicales y artísticos propios, y también una visión distinta del bienestar, quizá no quieren lavadoras (¿una comadre les lava la ropa?) o jubilación (¿la ven dentro de su empresa?), pero no por ello tienen un menor nivel de vida. Si en lugar de lavadoras o jubilación el indicador de los analistas fuera, por ejemplo, tener vivienda propia o una empresa en marcha, cambiaría la cifra.
Y probablemente lo mismo sucede con quienes usan los NSE para señalar quién es clase media o no. Si hoy consideran que solo los “B” y “C” son clase media (antes decían que solo era el B), quizá sea porque en su clasificación consideran básicamente equipamiento y comportamientos propios de las clases medias tradicionales. Dejan así fuera, involuntariamente quizá, a parte de la inmensa mayoría con nivel de bienestar similar, pero comportamiento distinto.
En fin, convendría medir más integralmente la clase media, integrando de manera más estructurada en los análisis a la nueva sociedad peruana. Si fuera así, en el futuro todos podremos alegrarnos sin reservas de noticias como la que nos trae el BID.