Niños sentados horas en la computadora, tratando de vivir a través de una pantalla. Profesores trabajando día y noche, monitoreando por WhatsApp a sus alumnos. Autos en la calle atravesando la ciudad, con furia, como si las reglas de tránsito también estuvieran en cuarentena. Hombres y mujeres vendiendo caóticamente lo que pueden, buscando pan para los suyos. Familiares desesperados en la puerta de los hospitales, rogando saber si su madre sigue viva. Médicos sacrificándose sin equipos especiales de protección. Hijos recibiendo las cenizas de sus padres que murieron solos en una sala helada de UCI. Peruanos varados lejísimos de casa pidiendo volver. Un país asfixiándose en los pasillos de los hospitales.
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