(Archivo El Comercio)
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Patricia del Río

Siempre te gustó el lado b del lenguaje. Las palabras a las que la Academia no les daba espacio en su diccionario encontraban en tus libros cobijo. Si el término en cuestión salía de un penal, había nacido bajo el puente o se lo habías escuchado a un mocoso, levantabas la ceja con ese gesto tan tuyo y no descansabas hasta sacarle el jugo a su historia. Hace unas semanas, harta de la proliferación de insultos predecibles que se lanzan todos los días a través de las redes sociales, sugerí en mi muro del Facebook que la gente nos contara cuáles eran esas mentadas de madre de antaño, las de los abuelos, las que sonaban elegantes y mordaces. La lista, como imaginarás, fue absolutamente generosa. Babosazo, mamerto, huevastristes, huevofrito, papafrita, tarúpido, zoquete y papanatas fueron algunas de las sugerencias para usar en lugar del predecible cojudo. Estoy segura de que hubieras encontrado alguna explicación para esa insistencia en el uso de los huevos con papas (fritas, eso sí) de los que hemos echado mano siempre que necesitamos mangonear a alguien más.

Para quienes no les ha sido dado el don de las buenas formas alguien sugirió malagracia; la figura del sobón, en cambio desató una avalancha interminable de opciones: chupamedias, huelepedos, hueleguiso, genuflexo, oletón (fantástico oletón, ¿no?). A los que nunca hacen nada trascendente en la vida, les tocaron desde el muy famoso don nadie, el feminísimo poquitacosa hasta el más sofisticado pelele; ¿sabías que así se les llama a los muñecos que van a ser quemados en Año Nuevo? Para mí fue todo un descubrimiento, para ti me imagino que no. Para ti las palabras eran esa manera como intentabas aplacar tu infatigable curiosidad. Tu sed por la vida.

Pero mejor te sigo contando, amigo. Alguien resucitó dos voces que me llevaron de una patada al pasado: cacaseno que se les aplica a los necios y estúpidos; y candelejón que se usa para esa suerte de huevón inofensivo que puebla las calles de la ciudad, que no fastidia pero tampoco aporta. Para hincar a congresistas y burócratas aparecieron ganapán, comechado, pelagato, pelafustán, y el nunca bien ponderado zángano, que en realidad son los abejos machos que no producen miel, pero eso ni te lo tengo que explicar.

Descachalandrado es otro gran término que si nos hubieras visto, todas estas tardes y noches, con Pamela y los chicos en la sala de espera de UCI, nos hubieras largado riéndote a carcajadas. Porque sí, amigo, han sido noches de espera, días de cansancio, tardes de dolor y de muchísimas ganas de que no te vayas, de que no nos dejes acá despalabrados.

Te has ido pronto querido amigo, querido Julio, querido Hevia y acá nos hemos quedado con una pena para la que no encontramos jerga o replana que nos ayude a definirla, a explicarla. Te has ido y tenías que haberte quedado más tiempo, querido Julio… mucho más.