Diversos investigadores y analistas han puesto de relieve la gran importancia que han tenido en nuestra historia moderna los empresarios independientes. Se reconoce que, con su esfuerzo para sobrevivir y luego para crecer, evitaron mayores crisis sociales (sin ellos hubiéramos tenido varios “senderos luminosos”) y luego sentaron las bases para el crecimiento de la economía actual. Lo que no se ha reconocido, acepto aquí mi parte de culpa, es el esfuerzo de los dependientes, aquellos que, dentro de una empresa, mantuvieron funcionando ordenadamente al país.
Si bien la necesidad fue la madre de la mayoría de emprendimientos que hoy existen en nuestro país, debemos reconocer que ellos no hubieran podido crecer si la estructura integral del país y del Estado hubiera colapsado. ¿Qué hubiera pasado si todos, y no solo las dos terceras partes de la población se hubiera orientado hacia el emprendedurismo y en gran parte al ultraliberalismo que exigía la informalidad? Probablemente no hubiéramos podido tener los niveles de crecimiento de los últimos años, que exigen un cierto grado de orden e institucionalidad. No es que estemos hoy institucionalmente en la situación ideal, lejos de eso, pero sin la estabilidad aportada por quienes se mantuvieron dentro del sistema en las épocas de gran crisis, convertir ese crecimiento en desarrollo sería extremadamente difícil.
Creemos que las empresas formales y sus trabajadores fueron la bisagra que permitió pasar, con un mínimo de orden, de las épocas de crecimiento moderado de mediados del siglo XX a aquellas del crecimiento actual. Ello debido a que el sistema siguió funcionando gracias a los millones de personas que se mantuvieron allí, cumpliendo y haciendo cumplir las reglas que luego permitirían una recuperación de la institucionalidad. Son los dependientes por ejemplo los que pagaron los impuestos necesarios para mantener funcionando a las estructuras del Estado, y también quienes le dieron un mínimo de respetabilidad en momentos en que estaban a punto de perderla totalmente.
Ciertamente puede considerarse que en esos momentos el tener un empleo era un privilegio. Sin embargo, debe notarse que ello no aseguraba un ingreso o una calidad de vida mejor que la de los independientes, siendo lo contrario bastante más común. Por ejemplo, los mayores perjudicados en la hiperinflación fueron los dependientes, que recibían un sueldo que se empequeñecía en cada entrega, mientras los independientes podían aumentar cotidianamente los precios de su trabajo y sus productos. Es justamente por eso que, pese a que la mayoría clasificaría como de estilo de vida “formal”, muchos coqueteaban con otro ingreso, abriendo una bodeguita en su garaje, fabricando algo en sus patios, o haciendo “cachuelos” que les permitan llegar al fin de mes.
En fin, no debemos olvidar que sin los maestros que siguieron enseñando en plena crisis, los policías que exponían sus vidas ante el terrorismo o los contadores que hacían maravillas para adaptar sus cifras a la hiperinflación, hoy hubiera sido imposible el funcionamiento de las empresas, de la sociedad y del Estado Peruano. Gracias por ello a los trabajadores que decidieron quedarse dentro, IN, de la sociedad formal. Gracias a los IN dependientes.