"Juventud, nuestra nueva riqueza", por Rolando Arellano C.
"Juventud, nuestra nueva riqueza", por Rolando Arellano C.
Rolando Arellano C.

ROLANDO ARELLANO C.

Presidente de Arellano Marketing y profesor de Centrum Católica

En nuestra historia hemos tenido épocas donde disponíamos de un recurso casi único y muy necesitado en el mundo, como el caucho, el guano y el salitre. Hoy tenemos una oportunidad con un recurso de otro tipo, el de la juventud. Veamos.

Mientras en la segunda mitad del siglo XX Norteamérica, Europa y Japón disminuyeron mucho el tamaño de sus familias, nosotros tuvimos familias aún muy numerosas. Así, en ese tiempo la población peruana se componía de 50% de adultos y 50% de menores, mientras que la francesa o estadounidense tenía solo un menor por cada dos adultos. Eso les daba mayor capacidad productiva, pues allá dos de cada tres personas trabajaban, mientras que solo una de cada dos lo hacía aquí. Eso ayudó mucho a su crecimiento, ya que tenían la ventaja de un mercado creciente y una fuerza laboral con gran capacidad de producción.

Pero la misma demografía que los ayudó antes no los favorece ahora, porque en el siglo XXI los trabajadores de los países desarrollados han envejecido y no han generado suficientes jóvenes para reemplazarlos. Y aunque tratan de limitar los estragos alargando la edad de la jubilación, desarrollando más técnicas y atrayendo migrantes, desgraciadamente nada de eso les arregla el problema en el corto plazo. El tiempo no se detiene con dinero o con tecnología y las políticas de incremento de natalidad tardan en dar frutos. 

Casi tres décadas después, siguiendo esa misma tendencia, el tamaño de las familias comenzó también a disminuir en nuestros países. Así hoy estamos entrando a la buena situación demográfica de los países ricos en el siglo pasado: nuestra mayoría comienza a ser el grupo de adultos jóvenes, en su mejor capacidad de trabajo. Al menos por cerca de 15 años (tiempo de nuestra “ventana demográfica”, donde crecen más los jóvenes y adultos que los ancianos) seremos ricos en fuerza productiva; situación que podría durar más si comenzamos hoy planes de natalidad para lograr un balance adecuado de niños y mayores. 

Con este cambio demográfico, aparecen entonces dos áreas de crecimiento potencial para nuestros países. La primera se refiere al consumo interno, porque podremos producir más para este mercado y a la vez tendremos un mayor número de jóvenes y adultos demandando por ejemplo más educación, vivienda y servicios para sus hogares. La segunda es la de los bienes y servicios, ya que irá aumentando la demanda extranjera de los países cuya fuerza laboral está hoy cada vez más cansada. Turismo para mayores, productos alimenticios orgánicos y producción fabril para ellos son cosas en las que podemos empezar a pensar.

¿Qué nos impediría aprovechar esta nueva riqueza? Asumir la misma actitud que tuvimos frente al caucho o al salitre, tomarla solo como una ocasión de cosecha y no de crecimiento. Y, desgraciadamente, eso estaría en peligro de ocurrir, según lo muestran los estudios sobre la precariedad de nuestro sistema educativo o el reciente informe de la OIT que dice que

Por supuesto la oportunidad recién comienza y quizá el riesgo de dejarla pasar nos motive a enfrentar rápidamente los problemas que la amenazan. Porque, administrado bien, el tesoro de la juventud puede durarnos muchos años.