Nos parecemos tanto con México que cuando en los años 60 vino a Lima Mario Moreno ‘Cantinflas’ y los periodistas le preguntaron si le gustaba el Perú, el cómico dijo: “Claro, si somos igualitos, fíjese nomás que llegando llegando ya me volaron el reloj”. Con motivo del 16 de setiembre, Día del Grito de la Independencia mexicana, conviene mostrar que, luego de un mal momento, muchas cosas buenas le están ocurriendo a nuestro socio de la Alianza del Pacífico.
A México, como a nosotros, lo marca su gran herencia cultural precolombina que originó un mestizaje muy fuerte de las culturas europea e indígena. Somos, por ello, muy parecidos en manera de pensar, en nuestra forma de ver la vida, la religión y las relaciones familiares. Tenemos estructuras sociales similares, razas mezcladas, un alto grado de informalidad y hasta hablamos parecido. Nuestros estudios de peruanos y mexicanos dan estilos de vida (sofisticados, progresistas, modernos, conservadores, formales y austeros) muy similares, debido a que sus grandes migraciones internas, como en el Perú, cambiaron la estructura de las clases sociales tradicionales. Y si bien ellos tienen un per cápita mayor que el nuestro, su desarrollo fue parecido al que seguimos algunos años después.
Tuve la suerte de trabajar con México en enseñanza e investigación durante casi 20 años y pude ver dos grandes momentos de su historia reciente: su gran crecimiento tras la firma del TLC con Canadá y Estados Unidos, y su notoria declinación política, social y económica, en parte contagiado por la crisis económica estadounidense.
Pero hace poco, luego de un tiempo, volví a visitar ese país y me asombraron las grandes mejoras que observé. Parecía como si la caída de los últimos años le hubiera servido de estímulo para corregir sus problemas más graves, y les hubiera dado fuerza, cual tobogán, para empezar a subir de nuevo.
Vi que algunas de sus autoridades tomaron por las astas el tema de la violencia, tras las marchas de millones de ciudadanos que mostraron que sus votos futuros dependían de solucionar el problema. Observé más orden en la capital y más esfuerzos por lograr este orden en el norte del país, donde el narcotráfico parecía estar ganando la guerra. También noté un país donde la economía empezó a superar en algo su alta relación comercial de Estados Unidos y a respirar con mayor independencia. Advertí que su Gobierno Nacional empezó a cambiar algunas estructuras económicas anquilosadas y corruptas, y también que muchos gobiernos estatales y locales empezaron a ver que es rentable políticamente pensar y actuar en favor del pueblo. Y, sobre todo, dado que los datos económicos no siempre reflejan la realidad profunda, me pareció ver a mis amigos mexicanos comenzar a sonreír como antes.
Sin duda, falta muchísimo por hacer allí, en temas de seguridad, corrupción y estatismo, pero al ver a un México creciente, más confiado en el futuro y empeñado en recobrar el liderazgo arrebatado por Brasil, sentí que el Perú podrá también superar problemas similares que tiene hoy. Si México puede, no tengo dudas de que también podemos. Total, como decía Cantinflas, “somos igualitos”.