Números, por Richard Webb
Números, por Richard Webb
Richard Webb

Hace unos días asistí al alumbramiento de una nueva estadística, el Índice de Pobreza Multidimensional, apodado IPM. Llegaba con bombos y platillos anunciado por una de las universidades de mayor prestigio en el mundo y sancionado por autoridades de varios países. Para el parto en territorio peruano se dedicó un evento oficial de tres días. 

Oficialmente soy economista. Mi padre quiso que fuera auditor y esa fue mi intención cuando ingresé a la universidad, pero en el camino me pareció más romántica la carrera de la economía. No obstante, mirando lo que hice y no hice en medio siglo de trabajo descubro que, después de todo, he sido más auditor que economista. Precisar números ha sido mi pasión, mi ocupación, mi ley. Por coincidencia, en ese medio siglo el mundo ha descubierto los números. Era inusual encontrar cifras en un periódico hace medio siglo. Hoy las noticias diarias parecen hojas de balance. 

¿Por qué entonces llego al lanzamiento del IPM con ciertas dudas? Se trata de una estadística que representaría de forma más completa el conjunto de carencias humanas. En vez de hablar solo de la pobreza monetaria, el IPM mediría además la carencia relacionada con las necesidades humanas como nutrición, escuela, electricidad, agua potable, saneamiento, salud y otras. La idea no es nueva. En el Perú el índice fue propuesto y calculado por Enrique Vásquez de la Universidad del Pacífico hace algunos años. 

Mi duda no se refiere a la nueva medición sino a los datos que no estamos calculando. Es que nos hemos acostumbrado a producir cada día más números que miden carencias, déficits y brechas en cuanto a los niveles de bienestar, desde el pan hasta “la felicidad”. Todo eso es inobjetable y he contribuido personalmente a ese esfuerzo durante muchos años. Pero lo que no estamos haciendo, por lo menos con la misma energía, es producir la información que nos ayudaría a resolver esas carencias sin caer en el simple reparto. Los números de carencias que calculamos nos inclinan a la solución de repartir pescado, en vez de la solución de enseñar a pescar, a pesar de que todos sabemos que la única solución digna y adecuada a la larga es la segunda. Identificamos un déficit e inmediatamente creamos “programas sociales” dirigidos a reducir ese déficit, creando a la vez dependencia y reduciendo el aliciente para la resolución propia de las necesidades propias. 

Se anuncia un déficit de 1,6 millones de viviendas. Pero, ¿por qué no hay una estadística del número de viviendas autoconstruidas y mejoradas durante el año? Mientras seguimos siendo un país pobre, gran parte de las viviendas necesariamente serán construidas por las mismas familias y el mejor aporte del Estado sería aconsejar, guiar y dar alguna ayuda parcial para esa construcción. Pero, ¿tenemos la estadística para ejecutar esa estrategia? Otro déficit que se menciona repetidamente es el del empleo formal, y las soluciones que se debaten se centran en cómo crear más empleos formales. Más práctico sería descubrir cuántos de los empleos informales podrían ser mejorados de una o de otra manera, sabiendo que la mayoría seguirán siendo de baja productividad y difíciles condiciones por muchísimo tiempo. Necesitamos números menos llamativos y por lo tanto menos interesantes para los discursos, pero más útiles para los que tratan de resolver aunque sea un poco las carencias. La estadística debe convertirse no en un apoyo para la creación de dependencia sino en una guía para reforzar la capacidad de la población para resolver sus propios problemas.