Si Ollanta fuese mosca, plantearía –no a través de Cateriano, sino él mismo– que la clase política necesita dar ejemplo de madurez y concordia al país y, por eso, el nacionalismo plantea a la oposición elegir un candidato de consenso a la presidencia del Congreso. Y así se ahorraría una guerrita en la que se van a desangrar todos los partidos, empezando por Gana Perú.
Si Ollanta fuese noble y grande, como obliga a un hombre corriente la circunstancia de tener la sartén nacional por el mango, se dejaría ver en la foto con sus opositores. Él mismo hubiera acompañado a Cateriano en su ronda de diálogo con los partidos. Lamentablemente, desde su primera temporada en el gobierno, Humala se labró una imagen de hombre que no conversa, ni oye, ni pacta. Y dejó a Jiménez y luego a Jara la tarea de conducir un diálogo nacional en el que poco cree. La única excepción –protocolo patrio obliga– fue en la coyuntura del fallo de La Haya.
Si el presidente fuese un tipo sabio, práctico y moderno, diría que en casa no hay cositos ni doñas sino igualdad de género –de paso, se gana a las feministas– y que su esposa Nadine es una mujer honrada que, para probarlo, colaborará con las investigaciones sobre sus cuentas (pelearte con tus investigadores solo abona el terreno de las sospechas).
Si fuese un político hecho y derecho, haría una lectura provechosa de su desaprobación, y la achacaría a una crisis de confianza en las instituciones, de la que la figura del presidente es una de las tantas golpeadas. Y propondría, al Congreso, concentrarse en una reforma del sistema electoral y de financiamiento de los partidos. Diría, además, que Gana Perú ha padecido, en sus orígenes, la precariedad de nuestro sistema político.
Si fuese un estadista prudente, se cuidaría de no comprometer la política exterior por cálculos menores. Hizo bien en promover la Alianza del Pacífico y tuvo un desempeño discreto durante la cumbre en Paracas, pero una semana atrás fue ligero al firmar un comunicado con Evo Morales que hacía tambalear nuestra neutralidad en el diferendo chileno-boliviano. En ocasiones previas, ha llegado a la irresponsabilidad de usar políticamente los resabios de antichilenismo, para distraernos de otras tensiones de coyuntura.
Si fuese un presidente con ganas de aprender, se hubiera dejado de hablar de desaceleraciones, políticas contracíclicas y otros conceptos que, al manejar mal y pronunciar en exceso, extienden la idea de que estamos jodidos. Cada vez que habla de economía, asusta en vez de promover.
Si fuese sagaz, no hubiera pedido facultades legislativas a tontas y a locas; hubiera promovido él mismo el debate sobre temas y reformas de consenso, para dejarnos con el sabor de que el gobierno reflexiona y ataca los grandes problemas nacionales; y no los toma por mera tramitología. El único debate de ‘contenido’ se dio a raíz de la ‘ley pulpín’ y tuvo que recular.
Si fuese un hombre de equilibrio, se haría asesorar por voces serenas y diversas; desconfiaría de los ayayeros y ‘chicheñores’ que lo alientan a enfrentarse contra la oposición y estrellarse contra la coyuntura. Haría como Obama, quien, inteligentemente, gobierna en lo que puede con el Congreso, y avanza solo, con decisiones políticas administrativas, hasta donde puede. Y, así, deja constancia de sus principios.
Por cierto, si tuviera principios declarados, no viviríamos en la impredictibilidad a la que nos ha acostumbrado.