Diecinueve planchas son demasiadas y, sin embargo, nos quejamos de que hay poco para escoger. Para los que quieren que la tortilla se vuelva, no hay un solo ‘outsider antisistema’ seductor: todos son ‘insiders’, clientes del clientelismo de siempre, egresados de un sistema formal/informal donde su capital de maniobra radica más en las universidades que en los partidos.
Para los que quieren continuar con este statu quo que parece un diseño improvisado de tecnócratas sin muñeca política (es que no veo a ningún líder que lo defienda con ganas); hay muchas dudas que el calor del verano debe ayudar a despejar: ¿apostamos a la alternativa de derecha popular institucional partidaria ‘crecer para que chorree, prever conflictos para que las minas se exploten, ahora sí educación es prioridad’; o sea, Keiko y la alianza de Alan con Lourdes? o ¿apostamos a quienes son, más que líderes partidarios, articuladores de los intereses variopintos de hoy y jaladores de técnicos y voceros; o sea, PPK y Acuña?
Estamos confundidos porque muchos políticos también lo están. Sus precarios partidos no caben en sus ambiciones y prefieren dejarlos para tocar puertas hasta que una se les abre por completo. El caso más penoso es el de Susana Villarán: no cabía en una izquierda que prefirió a Verónika Mendoza, rostro joven con ideas más viejas que las de ella (hay que reconocérselo, Susana encarna un pensamiento mucho más moderno que el de Verónika), y su antifujimorismo cerril la llevó a acercarse a todos los rivales de Keiko. Con PPK, con quien hubiera estado más cómoda, habrán pesado reparos ideológicos para no aceptarla. Con Acuña quizá le ofrecieron poca cosa. Entonces acabó, por angurrienta, en plancha con Urresti, poniendo en entredicho los principios que están a la base de su antifujimorismo: que con los derechos humanos no se juega como juega Urresti. Su soledad es conmovedora: ningún ex correligionario la aprueba y no tendrá fuerza para negociar su espacio dentro del nacionalismo.
Este transfuguismo de liderazgos, esta diáspora de las militancias, sobre todo las de izquierda, tiene efectos deprimentes en la intención de voto. El politólogo Coco Nieto, en una conversación, me hacía notar que no basta asustarnos con el 36%, que ya es bastante, de peruanos indecisos según última encuesta de GfK. Si se suma a los que dicen que podrían cambiar su voto, la cifra escala alrededor del 60%.
El Grinch sonríe en esta Navidad. Las renuncias y pases de última hora han pululado entre los que ven casi imposible saltar la valla electoral. El coqueteo de Nano Guerra García con tres frentes distintos, para finalmente acabar con Solidaridad Nacional; es un caso extremo. Se alquila predicador del emprendedurismo per se. Por supuesto que así nadie salta la valla: el cambio súbito y sistemático de camiseta dinamitará identidades y pertenencias. En el PPKausismo y en el acuñismo también se acoge a muchos políticos sueltos en el mercado, pero ellos van para la segunda línea de mando. Abajo de ellos hay partidos, aún débiles como Alianza para el Progreso y Peruanos por el Kambio, pero replanteando –para bien y para mal, cada cual posicionado en sus gremios y segmentos– las formas de hacer política con clientelismo, redes e informalidad.
Que pasen todos una buena fiesta. Y me sumo a esta campaña: Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad.