“Se roba pero se crece”, por Carlos Meléndez
“Se roba pero se crece”, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

En las últimas dos décadas, la prédica a favor del modelo económico se ha apoderado del optimismo de las élites. Revise usted las marcas país de los últimos años, desde “El Perú avanza” hasta la promesa del país OCDE. El predominio de las ideas-fuerza de la derecha tecnocrática ha generado un establishment que se resume en la defensa del “piloto automático”, la agilidad burocrática basada en el “destrabamiento”, las alianzas público-privadas como motor del desarrollo y la tramitología como enemiga pendiente. El “fin de la historia” había aterrizado con la victoria en las urnas de Kuczynski, el símbolo andante de quienes creen que negocios y política son las dos caras de la misma moneda.

El modelo de gestión pública no desarrolló un diálogo entre la economía y la política. Está obsesionado en las macrocifras, confiando en que el desempeño económico resuelva automáticamente los problemas estructurales del país (informalidad, desafección, centralismo). Que casi todas las tiendas le reclamen al presidente “más política” expresa el máximo nivel de apoliticismo que alcanzó el Ejecutivo en su historia. Pero no se trata solamente de carencia de tacto político e “inteligencia social”, sino también de desprecio (o ignorancia en el mejor de los casos) por el desarrollo de instituciones políticas. Coincido con el diagnóstico de Jaime de Althaus: la corrupción contemporánea “se debe a que hemos crecido, pero no hemos construido un orden institucional”. La pregunta para el debate es: ¿quiénes asumen la responsabilidad del crecimiento sin instituciones que –por acción u omisión– prescindió de contrapesos formales que previnieran la megacorrupción actual?

Sabemos quiénes son los responsables políticos; pronto sabremos quiénes son los responsables penales. Pero es necesario señalar a los responsables ideológicos: la derecha (especialmente la tecnocrática). Asentados cómodamente en el establishment, los gestores del modelo y los “dueños del mercado” legitimaron el “se roba pero se crece”, mandamiento sagrado de quienes sostienen que “un poco de corrupción no hace daño”. Desarrollaron una escudería de empresarios (y sus gremios) y burocracia ad hoc de lobbistas y opinólogos, que desde las palestras de la opinión pública influyente nos metieron su contrabando. Obviaron que las adendas de los contratos en realidad rompen el principio de la competencia, que las alianzas público-privadas son las cortinas de humo de estados ineficientes, que la lógica del mercado no era “objetiva”, sino que también podía parir corrupción. Determinada izquierda –sobre todo la que llegó al poder en espacios subnacionales–se adaptó al sistema “se roba pero se crece”. Pronto sabremos si quienes gobernaron la alcaldía de Lima y algunas gobernaciones –Cajamarca, por ejemplo– también cayeron en el pragmatismo coimero.

No solo caerán peces pequeños y tiburones, sino que sobre todo se deslegitimará la forma de hacer “política como negocios”. Estamos presenciando el fracaso de los ‘ganadores’, quienes nos enrostraban día a día su triunfo en la batalla de las ideas y hoy tratan de esconder en el clóset de la vergüenza que han sido cómplices –al menos ideológicos– de la corrupción más grande de nuestra historia.