Responde con franqueza: cuando te enteras de que atracaron a alguien, ¿a quién cuestionas primero: al jijuna que perpetró el crimen, al policía que no hizo nada, a Humala que no dijo lo que esperabas en su mensaje o al baboso que quedó maltrecho porque opuso resistencia?
Avergoncémonos. Cuestionamos primero al infeliz agraviado y a toda la cadena que pudo protegerlo antes que al maldito delincuente. Como el paciente en el diván del psicólogo, ensayamos explicaciones ajenas al verdadero –y, en este caso, visible autor del mal– y culpamos a todo el reparto de actores secundarios. Que la ineficiencia policial, que la falta de liderazgo de Humala, que la frivolidad de Nadine, que la corrupción de los jueces ; y dedicamos poco tiempo a pensar en los motivos del delincuente y en qué hemos hecho como peruanos para merecer esto.
De pronto, es que sí lo merecemos. En primer lugar, por nuestra indolencia; no solo como aparato de Estado más o menos ineficiente, sino como sociedad indiferente. Nos cuesta reconocer –esta puede ser una razón del desplazamiento psicológico en el diván– que los jijunas, al fin y al cabo, sí tienen padre y madre conocidos: de chicos se amamantan de nuestra misma matriz cultural, de nuestro mismo patriarcado machista, chupan precozmente la misma chela que nosotros, ven la misma tele que nosotros con sus mismos ‘realities’ y su misma farándula, se enteran de los mismos escándalos de corrupción política impune que tú y que yo.
Por lo tanto, visibilizar al delincuente como primer y obvio autor del crimen es visibilizar nuestra indolencia ante las causas de la delincuencia. Por ejemplo: nos es más fácil exigir la compra de patrulleros inteligentes y la capacitación de más efectivos Terna que presionar por una (auto) regulación en materia publicitaria, pues en los spots de impacto masivo aún vemos con simpatía la patería transgresora o la criollada informal que linda en lo ilegal.
Nuestra ceguera ante las causas del mal es tan grave que hay poca producción académica e institucional sobre las causas del delito. El libro “¿Quiénes son los delincuentes en el Perú y por qué?” (Gino Costa y Carlos Romero, 2015), basado en una encuesta a presidiarios, es único y tiene que llevarnos no solo a ajustes de políticas públicas sino a cambios de actitud. Por ejemplo, allí se revela que la deserción escolar entre los presos (59%) es 4 veces mayor al promedio nacional (14%). Por lo tanto, más vale preocuparnos por los chicos que desertan del colegio que por los patrulleros inteligentes. Otro ejemplo: tenemos el más alto promedio de la región (21%) de presos que ha pasado por las Fuerzas Armadas. Por lo tanto, hay que cuestionar a fondo la cultura de abuso y lenidad enquistada en las FF.AA. que explicaría que 1 de cada 5 reos haya estado en sus filas.
La próxima vez que te enteres de un atraco o que seas tú mismo víctima de uno, antes que lamentarte por lo baboso que fuiste al andar distraído y antes de echar el pato a los tombos, pregúntate por lo que compartes con el raquetero. Eso lo puedes atacar con más eficacia porque lo conoces bien: es tu cultura indolente al machismo patriarcal, al ventajismo, envidia malsana, viveza criolla o como quieras llamarlo.
Mientras no cambiemos de actitud y notifiquemos de ello a los delincuentes, estaremos en manos de su extorsión, prefiriendo pagar cupos antes que lidiar con nuestras rochosas debilidades.