Es el rockstar del momento, ‘la mano de Dios’ que de veras tocó a Argentina, el Papa que nos salió caviar, mira tú. Con un pie bien puesto en la tradición doctrinaria fundamentalista de los últimos papas, y otro en una sandalia franciscana progre, ha obrado un milagro: ha trasladado el debate religioso desde el aborto y el matrimonio gay, hasta un tema que nos engloba a todos, ‘straights’, ‘elegebetés’, pobres, pitucos, ateos y devotos: el sistema.
Primero fue su rescate de la teología de la liberación y de su consigna “opción preferencial por los pobres”, quitándole, claro está, el matiz político que esta tuvo antes de la caída del muro. Luego fue la encíclica “Laudato sii”, en la que propone una ecología cristiana; y bien saben ustedes que el ambientalismo es la mejor manera, cuando no estás con ánimo de plantear la revolución ni nada que se le parezca, de jalarle las orejas al sistema.
Finalmente, ha sido la gira por tres modestos países, Ecuador, Bolivia y Paraguay (ahora que quedó clara la “opción preferencial por los pobres”, el Perú debiera agradecer no haber estado en este lote), lo que le ha permitido lanzar su ‘speech’ más soliviantador hasta la fecha: “Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos y tampoco lo aguanta la Tierra”.
Pese al énfasis, creo que todavía la izquierda no tiene que festejar ni la derecha que asustarse. El rollo de Francisco no es político, porque no prescribe ni suscribe acciones políticas propias o ajenas; es pastoral, porque invoca a reflexiones y cambios de actitud. Es un ‘refresh’ del milenario espiritualismo cristiano que acusa los excesos del mercado en las puertas del templo. Y su clamor de “cambio de estructuras” no es transferible al marxismo, porque se cuida expresamente de no apelar a su programa (y menos a sus símbolos, a juzgar por la cara que le puso al crucifijo con la hoz y el martillo que le regaló Evo).
¿Hasta dónde llegará la ‘conversión ecológica’ y la actitud caviar de Francisco? No lo sé, pero intuyo que no será radical sino prudente, gradual y fundamentada en los pasos y encíclicas de sus predecesores, para no arriesgar divisiones internas. En “Laudato sii” coloca viejas citas en su momento inadvertidas que hoy, que el Vaticano quiere participar en el debate del capitalismo, adquieren más sentido. Como esta, de Juan Pablo II: “La Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero [...] sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado”.
Llámenle clamor por regulación, redistribución, programas sociales que alivien la desigualdad, reflexión sobre la lógica corporativa; llámenle como quieran. Saludos al Papa que propone debatir el sistema sin los matices ideológicos ni los tecnicismos a los que estamos acostumbrados.
Si bien Francisco no es político como lo es un líder nacional representativo que suscribe acuerdos multilaterales, sí lo es como facilitador de aquellos. La “Laudato sii”, por ejemplo, puede verse como una contribución a la COP 21 de París, que este diciembre deberá llegar a decisiones globales para atenuar el cambio climático.
‘Last but not least’: Francisco, a diferencia de Benedicto XVI, no abusa del término ‘relativista’ para replicar a quienes tenemos posiciones críticas frente al Vaticano. Saludos a ese cambio.