Facebook y Twitter, armas con las que Trump disparó su mensaje
Facebook y Twitter, armas con las que Trump disparó su mensaje
Patricia del Río

Siempre he pensado que Dios, la naturaleza, las hadas, o quien ustedes prefieran, nos creó con los pensamientos mudos para que pudiéramos sobrevivir como especie. Somos capaces de elaborar juicios, calificar, y hasta insultar sin que eso se materialice en palabras. A todos nos ha pasado estar en una reunión con un tipo que nos parece un pelmazo y pensar “¿y este cuándo se calla?”. O encontrarnos con esa amiga, a la que no vemos hace años, y que cruce por nuestra cabeza “pobre, qué gorda está”.

“Ojalá te chanque un carro”, “qué estupidez la que acaba de decir este”, “qué aburrida esta charla” son pensamientos que cruzan nuestra mente todos los días y que no los exteriorizamos porque sino el mundo sería un verdadero infierno. Andaríamos peleándonos y odiándonos. Nos ofenderíamos, nos resentiríamos, nos haríamos muchísimo daño.

Desgraciadamente no hay que ser adivino para darse cuenta de que ese mecanismo de supervivencia nos está abandonando. Gracias a la tecnología que nos mantiene siempre interconectados, hemos dejado de ser cautos, de comportarnos como individuos que miden sus palabras para no herir a los demás o para no iniciar una guerra; para transformarnos en unos salvajes que vomitamos nuestras frustraciones y pequeñeces a través de todas las plataformas digitales que nos lo permiten.

Al comienzo, los troles, los famosos huevitos de Twitter (esas cuentas fantasma cuyos usuarios se mantienen en el anonimato) eran los campeones del insulto burdo, del odio chabacano, de la ira por la ira. Hoy la desvergüenza se extendió a todos los ámbitos. Congresistas que se mandan a la mierda, presidentes de poderosísimos países que se burlan de sus ciudadanos, chibolos groseros, señoras amargadas, caballeros prepotentes, millennials frustrados… No importa de quién se trate, los teclados de computadoras y de smartphones se esgrimen como navajas alentando una cultura del odio que ha transformado los mínimos estándares de comunicación que toda sociedad civilizada se debería permitir.

Y desgraciadamente no se necesitan temas polémicos para desatar estas batallas campales. Un día puede ser la marcha por la vida, dos días después aparece el comando que se burla de los hijitos de Ollanta Humala. Nunca falta un comentario cojudo de alguien que hace sorna de la muerte de un personaje, porque sí.

Los linchadores profesionales, los odiadores por deporte, los irresponsables, los ociosos, ya tienen la herramienta que necesitaban para hacer de sus intrascendentes pensamientos insultos concretos que nos están rebajando a condiciones infrahumanas.

Nunca nos hemos insultado tanto, odiado tanto y agredido tanto como ahora. Ya a nadie parece importarle el intercambio de ideas o el debate: las palabras se están convirtiendo en una herramienta de aniquilamiento. Y nosotros estamos siendo víctimas, testigos y protagonistas de esta masacre en 140 caracteres.