Ugaz no es Neymar, por Patricia del Río
Ugaz no es Neymar, por Patricia del Río
Patricia del Río

Prendí el televisor quince minutos tarde y la suerte ya estaba echada. La derrota estaba consumada. El perdido. dejaba claro, en cada jugada, que no estaba en condiciones de remontar el 4 a 0 inicial. Con la mirada perdida, once hombres grandazos deambulaban por el campo como si de pronto se les hubiera olvidado hacer eso que llevan haciendo desde chiquititos. Parecían un grupo de soldados condenados al paredón. Una manada de ballenas que ha perdido la orientación y nada confundida hacia esa orilla que será su tumba.

Brasil vio esfumarse, en siete disparos alemanes, la esperanza de que todo ese dinero invertido a costa de la pobreza de su gente tuviera sentido. Brasil pagó caro haber llegado demasiado lejos esperando que hiciera un jugadón o que lo tapara todo. Brasil olvidó algo que los especialistas han señalado hasta el cansancio: que el fútbol es un juego en equipo. Que si en la cancha no vemos una coreografía, difícilmente veremos goles. Que los egos personales no alcanzan para enfrentarse a esos otros once. Y sobre todo, olvidó que cuando las expectativas se centran en una sola persona, en el momento en que ese individuo falla, los demás se quedan huérfanos de juego.

Pero esta columna no pretende ser sobre ‘la desgracia mais grande do mundo’. De hecho, no lo es. Lo que pasa es que por alguna extraña ironía del destino, mientras en la televisión goleaba a Brasil yo terminaba de leer “Caiga quien caiga”, las memorias de en las que narra su experiencia como procurador anticorrupción durante la caída de la mafia fujimontesinista. Y curiosamente, mientras la pantalla me contaba una historia fatídica por la incapacidad de once hombres de trabajar en equipo; el libro me zambullía en una historia de triunfo gracias al esfuerzo coordinado de un grupo muy diverso de personas.

Y es que “Caiga quien caiga” no son solo las memorias de José Ugaz contándonos cómo aceptó el encargo de para investigar los delitos de , sin sospechar que tan solo quince días después terminaría persiguiendo a quien lo contrató. “Caiga quien caiga” no es únicamente una narración entretenida de lo que fueron los últimos días del gobierno más corrupto de nuestra historia. “Caiga quien caiga” es, sobre todo, un reconocimiento a quienes jugándose la vida, el trabajo o la salud mental se comprometieron a no descansar hasta que la verdad se conociera. Hasta que la mafia se desmontara. Hasta que los corruptos se fueran presos. Y no por venganza, como muchos han querido hacernos creer, sino por convicción. Por el absoluto convencimiento de que este país está hecho de gente honesta y no de unos ladrones con poder que, por un momento, creyeron haber ganado.

No pues, José Ugaz no es Neymar. Y el equipo de la procuraduría anticorrupción no es Brasil. José Ugaz fue el orgulloso capitán de una selección de profesionales honestos que funcionó como un reloj y en el que cada uno hizo su parte. Por eso se impuso la ley. Por eso cayeron los que tenían que caer. Y gracias a ese esfuerzo, por lo menos esa vez, en esa precisa oportunidad, el partido lo ganó el Perú.