La cuarentena, según parece, será relajada en alguna medida a partir del primero de julio. Pero no porque los contagios hayan disminuido o como consecuencia de alguna secreta victoria del Gobierno sobre la epidemia del COVID-19, sino, más bien, porque este ha fracasado en su esfuerzo por contenerla y ya no puede impedir el reinicio de las actividades económicas en el país... como no sea, claro, con las trabas burocráticas de su plan maestro “Atranca Perú”.
PARA SUSCRIPTORES: César Acuña, el líder de APP con una mochila pesada y un papel activo en la bancada
La caída registrada por Ipsos de 10 puntos porcentuales en la aprobación presidencial en el último mes (y de 17 desde que empezó el aislamiento social) da, ciertamente, cuenta de ello.
–Los heraldos verdes–
Una cosa, sin embargo, es que la cuarentena se relaje y otra muy distinta, que el toque de queda se acabe. De hecho, los ministros de Defensa e Interior han proclamado esta semana su convicción acerca de lo indispensable que resultaría extenderla hasta una fecha ignota. Y ya sabemos que ellos son algo así como los heraldos verdes del régimen. Es decir, los encargados de anunciar las cuotas de innecesaria supresión de las libertades públicas que el Ejecutivo nos va a encajar en el futuro inmediato so pretexto de la emergencia.
Si nos esperan, entonces, mil y una noches más de encierro forzoso, más nos vale abastecernos de historias para contar antes de entregarnos al sueño al terminar cada jornada. Y en esta pequeña columna, queremos contribuir con un improvisado aporte a la urdimbre de fábulas que sin duda se irá tejiendo entre nosotros noche a noche, mientras los uniformados reparten sopapos entre los que osen tomar aire fresco bajo la luna.
Pero vayamos con la historia. Para estar en sintonía con el universo que sugiere el título de esta columna, imaginemos un sultán: el sultán de Swing (si hubo un rey de Siam, ¿por qué no podría haber un sultán de Swing?), que se dolía con su visir Florilegio de la incomprensión de su pueblo. Los visires, como se sabe, eran una suerte de primeros ministros en algunos antiguos reinos del Medio Oriente; y a este hemos decidido llamarlo Florilegio porque se expresaba en una jerga en la que convivían el remilgo y la burocracia.
Habíase abatido por esos tiempos una peste contumaz sobre la comarca y ninguno de los edictos del soberano parecía capaz de hacerla retroceder. Por eso sus súbditos ya no lo aclamaban como antes, y esto lo afligía. ¿Cómo descubrir qué era lo que no estaba funcionando? Florilegio tuvo una idea:
–¿Por qué no visitamos, oh rey esplendoroso, los mercados de incógnito esta misma noche y se lo preguntamos directamente a la plebe?– recitó entre seseos extraños.
La propuesta desconcertó al sultán: si él había decretado cuarentena y toque de queda en sus dominios, la visita nocturna a cualquier mercado tenía que ser una empresa vana… Pero como las palabras del visir lo habían complacido, aceptó.
Al ponerse el sol, entonces, disfrazados ellos mismos de mercaderes, los potentes señores se infiltraron en una feria que hervía de gente ansiosa por vender o comprar.
–¿Tantos pases laborales hemos concedido?– le preguntó aturdido el sultán a Florilegio al ver la multitud.
–No lo sé, oh sol de soles, le, ejem, peticionaré al ministro a cargo que nos explique qué está sucediendo– respondió él con una tosecilla.
Pero el soberano ya no lo escuchaba, pues sus pies habían tomado contacto con una superficie plana y extendida.
–¡Alá nos favorece, visir!– exclamó alborozado –¡Hemos llegado a la meseta!–.
–No, su alteza; esta es solo una losa deportiva –repuso Florilegio, pateando con la suela de sus babuchas la extensión de concreto.
No tuvo tiempo, sin embargo, el sultán de reflexionar sobre su error, pues un joven comerciante se le acercaba cargado de chucherías para ofrecer.
–Ahí tiene su bonita lámpara para convocar genios– le dijo extendiéndole un cacharro que más bien parecía una tetera achatada.
Y al escuchar esto, automáticamente el visir se sintió visitado por una nueva inspiración:
–Tal como están las cosas, un genio que nos asesore nos vendría bien, ¡oh rey bienaventurado!– apuntó… sin percatarse de que con la fórmula de alabanza revelaba las identidades que hasta el momento las mascarillas habían ocultado.
Alertada entonces por el joven comerciante, la gente comenzó a congregarse en torno a los dos hombres para protestar enardecida por los abusos de la burocracia, y el soberano atinó a frotar la lámpara en busca de algún prodigio salvador.
Compareció de inmediato, un ‘efrit’ regordete y sonriente que, al reconocer a quien lo había liberado de su encierro, tronó:
–¡Martincito! ¿Cómo te ayudo, hermano?–.
–Yo a usted, ejem, no lo conozco– replicó, repentinamente contagiado de la tos de su visir, el sultán de Swing. –Pero quisiéramos que nos trasladara de regreso al Palacio con un pase mágico para no ser víctimas de la turba–.
–Ah no, chochera: tú ya sabes que lo mío es el liderazgo transformador sapiencial, así que esto cae fuera de mi área de especialización– le dijo, y sin más trámite volvió a meterse en la lámpara.
–Dire straits–
Cercado por la indignación de la muchedumbre, el rey decidió improvisar unas palabras que le permitieran ganar tiempo.
–¡Todos juntos vamos a salir de esto!– dijo.
Y Florilegio añadió:
–Desde luego, desde luego; este es un proceso muy dinámico y todas las decisiones que estamos tomando como gobierno están sostenidas en informes médico-científicos que ponen en relevancia la salud de las personas–.
Pero la gente ya no los escuchaba…
Y disculparán los lectores, pero en esa situación desesperada tenemos que dejar a nuestros héroes, porque la tradición miliunanochesca exige suspender siempre los cuentos antes del final para poder retomarlos a la siguiente velada. Total, tenemos tantas por delante...