"El mandatario, en realidad, ha sido arrastrado a un diálogo que no quería. De ahí el alboroto montado por sus adláteres al calificar de “insulto” que Olaechea le dijese: 'no tenga miedo a gobernar'".(Ilustración: Mónica González)
"El mandatario, en realidad, ha sido arrastrado a un diálogo que no quería. De ahí el alboroto montado por sus adláteres al calificar de “insulto” que Olaechea le dijese: 'no tenga miedo a gobernar'".(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

El presidente de la República y el presidente del Congreso se disponen a dialogar. Después de una intrincada danza en la que las cortesías alternaron con los desplantes, finalmente han acordado darse cita para conversar. Pero es probable que eso sea todo lo que consigan acordar.

Los comentarios optimistas acerca de la futura reunión hablan del posible establecimiento de una “agenda mínima” de proyectos a ser impulsados por el Ejecutivo y el Legislativo, pero la verdad es que ningún plan de reforma o política tendrá sentido mientras no se defina si este gobierno dura hasta el 2021 o se acaba en el 2020. El afán del jefe de Estado por adelantar las elecciones para el próximo año y la negativa de una mayoría de parlamentarios a aprobar la modificación constitucional que lo permitiría es, en efecto, el corazón del conflicto entre los dos poderes, y la fantasía última de quienes saludan la charla anunciada es que esta sirva para que uno de los dos dé su brazo a torcer.

No parece, sin embargo, que eso vaya a ocurrir. Vizcarra ha apostado todas sus fichas a ese adelanto para tratar de cubrir la pobreza de resultados de su administración con el aspaviento de un gesto que se pretende heroico, y Olaechea ha legitimado su posición como titular del Parlamento frente a bancadas que no votaron por él al arroparse con la Constitución y plantarle cara al escapista. Están, pues, ambos en ese punto de una contienda donde la consigna es retroceder nunca y rendirse jamás (aunque con Vizcarra nunca se sabe).


—Guante chantado—
Las cosas, entonces, están estancadas y la tentación de decretar un empate es grande. Pero en esta pequeña columna tenemos la impresión de que, por algunos puntitos, la pelea la va ganando el púgil del Congreso.

El mandatario, en realidad, ha sido arrastrado a un diálogo que no quería. De ahí el alboroto montado por sus adláteres al calificar de “insulto” que Olaechea le dijese: “no tenga miedo a gobernar”. ¿Insulto? ¿Por dónde? ¿Se habría entendido acaso como ofensa que alguien le dijera al jefe de Estado, por ejemplo, que no tuviera miedo de presidir el cambio de guardia en Palacio? No, pues. La única posibilidad de entender como escarnecedora la expresión del titular del Legislativo es asumiendo que encierra una verdad que el aludido no quería escuchar. Y, en ese orden de cosas, al que le caiga el guante, ya se sabe lo que le toca.

Aun así, Olaechea se dio el trabajo de precisar que sus palabras habían sido pronunciadas “con el mayor de los respetos” y con ello puso a Vizcarra en aprietos: el diálogo tiene demasiada buena prensa como para negarse a él sin aparecer ante la opinión pública como el malo de la película. Tuvo que decir, en consecuencia, que siempre estaba dispuesto a él… Y el presidente del Parlamento cogió la oportunidad al vuelo y, vía Twitter, lo conminó a cumplir lo que ofrecía.

“Ponga usted día y hora. El lugar puede ser la iglesia de San Francisco, a mitad de camino entre los dos poderes. ¡El Perú está primero!”, le escribió. Y de esa manera lo ensartó sin atenuantes, porque las conversaciones de este tipo siempre generan en la ciudadanía las expectativas de alguna concesión: exactamente aquello que Vizcarra está desesperado por evitar.

Así las cosas, al mandatario solo le quedó objetar el local sugerido para el encuentro y proponer en su lugar Palacio de Gobierno (su cancha), así como ofrecer entrevistas de último momento en las que trató de desactivar esas expectativas al sentenciar que él no veía otra salida para el entrampamiento político que el adelanto de elecciones que había planteado.

En el fondo, uno puede comprender las ansias del presidente por ir adelante con su plan. Si nosotros estuviésemos representados en el Congreso por la señora Yesenia Ponce, también querríamos cerrarlo. Y si lo único que tuviese alguien para exhibir al final de su gobierno fuese la paridad de género en el gabinete y lo linda que estuvo la clausura de los Panamericanos, seguramente también desearía dejar todo tirado y salir corriendo antes de que llegue la hora del balance.

Pero una cosa es ser comprensivo con los impulsos primarios de un gobernante y otra, permitirle que los actúe sin duelo. Aquí nos hemos pronunciado ya por la necesidad de obligar al actual jefe de Estado a terminar el mandato al que se comprometió en el 2016 al pedirle el voto a la ciudadanía para ser vicepresidente (es decir, para remplazar al presidente si, tal como ocurrió el año pasado, algo le impedía a este culminar su período).


—Tópicos y posturas—
Lo ideal, en ese sentido, sería que en el diálogo que sostendrá próximamente con él, Olaechea pudiera persuadirlo de ello. No obstante, como decíamos antes, es muy improbable que eso suceda.

El presidente de la República y el titular del Congreso, creemos, están más bien a punto de descubrir que, a veces, conversar no solo no es pactar, sino ni siquiera intentarlo. Van a reunirse, sí, pero van a dar vueltas en torno a los tópicos y las posturas irreductibles que cada uno de ellos encarna. Van, en buena cuenta, a gastar palabras para luego salir de la cita tal como entraron. Y en esa medida, cabe preguntarse si quizás no debió insistirse en que se encontraran en la iglesia de San Francisco: por lo menos habrían podido conocer las catacumbas.