(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

En el mundo del espectáculo, se utiliza la expresión ‘encore’ (de nuevo, en francés) para referirse a esas yapas que a veces los músicos o cantantes tienen a bien regalarle a un auditorio que los ha aclamado de pie tras el último número del repertorio oficial. Puede ser una repetición de la canción más aplaudida del show o una sorpresa que el artista se guardaba bajo la manga para deleitar a sus admiradores, pero en general tiene un efecto de fin de fiesta que todos agradecen.

Pues bien, con su carta de renuncia a la presidencia de Peruanos por el Kambio, nos ha obsequiado esta semana a los peruanos algo parecido. Pero solo parecido, porque se trata de una yapa que nadie pidió y cuyo regusto no ha sido precisamente gratificante.

Después de haber abandonado la escena pública bajo la lluvia de tomates que mereció su año y ocho meses de inoperancia presidencial con fuga de embuste, Kuczynski se había refugiado –juiciosamente, creíamos– en su casa, a rumiar los restos de su frívola aventura política y a preparar su defensa legal (que buena falta le hacía). En medio de todo, que no pretendiera seguir poniendo a prueba nuestra paciencia con su afán de protagonismo inane y su versión fabulesca de lo que ocurrió era casi una virtud que algún día podía pesar a su favor en el juicio de la historia.

Pero entonces se le ocurrió correr un poquito el cortinaje de los tomates y asomar la cabeza para decirnos una cosita más.

—Cuento ‘chinese’—

La crisis que vive actualmente el partido (que, como ha dicho Gilbert Violeta, no puede ser de identidad, porque para padecer tal cosa, primero hay que tener una) le sirvió al ex mandatario de pretexto para su reaparición. La organización política, como se sabe, se debate en estos días entre apoyar de forma moderada a la administración que encabeza o pasarse rabiosamente a la oposición.

En un lado del pulseo se ubica el ya mencionado Violeta, vicepresidente del partido, y en el otro, el secretario general, Salvador Heresi. Y lo que mejor grafica la distancia que existe entre ellos es el hecho de que quieran pertenecer a bancadas distintas (el primero, a la que reúne a los sobrevivientes del equipo ppkausa original y el segundo, a esa especie de legión extranjera que aspira a ser Acción Republicana).

Que Kuczynski se sintió siempre más cercano a uno que a otro no es un secreto para nadie. En los tiempos en que aún gobernaba, Violeta merodeaba tanto la casa de Choquehuanca que algunos despistados lo confundieron con el arqueólogo residente de la huaca Huallamarca. A Heresi, en cambio, cuando fue candidato a la Alcaldía de Lima, no le ofreció ni una sonrisa de respaldo.

Así las cosas, a principios de esta semana el ex jefe de Estado consideró aparentemente oportuno inclinar la balanza a favor del más aprovechado de sus pupilos y renunciar, a través de una carta pública, a la presidencia de PPK. En el documento dice que lo hace para “dejar en total libertad al partido para que busque su ruta”. Pero para conseguir eso, habría bastado que colocase entre él y la dirigencia vigente una de sus famosas ‘chinese walls’ (si es que en realidad creyese en ellas), de manera que es legítimo maliciar que el gesto tenía un propósito distinto.

El último párrafo de la carta, además, incluye una alusión a unos imprecisos personajes que “declaran, supuestamente a nombre del partido” sin darse cuenta de que son vistos “como participantes en intrigas políticas”, y que tiene blanco evidente. Un paradójico reclamo de lealtad a quien él no supo brindársela en su momento…

Lo que más enroncha de toda esta posdata de Kuczynski a su paso por la presidencia, sin embargo, es la reiteración de sus majaderías exculpatorias acerca de las necedades grandes y pequeñas que echaron a perder la opción política que encabezó.

Para justificar, por ejemplo, que el partido fuese bautizado con un nombre que, al ser simplificado en iniciales, coincidiera con las suyas y transmitiera en consecuencia la idea de que era una organización personalista y no guiada por principios, insiste en que él siempre dijo que eso no debería ser así pero la opinión contraria prevaleció. Una resistencia simbólica en un asunto tan importante, empero, no es suficiente. Y con la tesis de que, en un partido que estaba dispuesto a llamarse como él, no iban a acoger al final su punto de vista, nunca llegará muy lejos.

Además, si los asesores de márketing fueron los responsables de ese despropósito, como han tratado de argumentar en estos días algunos otros dirigentes de PPK, que les cedan de una vez sus puestos en el Comité Ejecutivo Nacional, porque al parecer ellos están pintados en la pared.

—Que está tranquilo en la mata—

El epicentro de la cháchara telúrica ensayada por el ex presidente en su carta, no obstante, es la especie de que el fracaso de su gestión –esto es, la circunstancia de que no propiciara el crecimiento económico que prometió, que no redujese la informalidad como había ofrecido, que se cayese el proyecto del aeropuerto de Chinchero después de que él había declarado que estaba “saneado”, etc., etc., etc.– se debió a “un complot urdido en la entonces arrolladora oposición parlamentaria”.

Vamos, nadie puede ignorar el empeño que pusieron y los suyos en dificultarle el trabajo y arrastrarlo a la renuncia. Pero a menos de que hayan descubierto secretamente la manera de viajar en el tiempo, es obvio que no fueron ellos los que fundaron la empresa Westfield Capital.

La verdad es que este breve retorno de Kuczynski a la luz pública no provoca otra cosa que ganas de coger unos cuantos tomates y sumarse a la sanción ciudadana que ya otros le dispensaron antes. Pero, pensándolo bien, qué culpa tiene el tomate.