El Complejo Villa María, donde se juega beisbol, softbol y hockey, con el sol oculto tras las nubes, como desde el primer día de los Juegos. (Foto: Cristiane Mattos)
El Complejo Villa María, donde se juega beisbol, softbol y hockey, con el sol oculto tras las nubes, como desde el primer día de los Juegos. (Foto: Cristiane Mattos)

La gripe está al acecho justo en este período de disputa de los para hacer de las suyas en la población limeña. Todos los días son calcados: cielos plomizos, a veces con una mínima garúa, y una amenaza de lluvia permanente que jamás se concreta. La temperatura orilla invariablemente los 15 grados y la sensación térmica obliga a estar cubiertos muchas veces hasta el cuello. Lo del abrigo tocó incluso para todas las participantes del beach vóley, que lejos de su onda veraniega y de disfrutar de la calidez de la playa en Costa Verde, se desparramaron por la arena rigurosamente tapadas. El sol es un actor oculto de esta gran puesta en escena.

Así, el gigantesco manto gris que tapiza a los Panamericanos le resta colorido a la fiesta deportiva; en algún sentido, baja los ánimos. Esto, más allá de que haya un deseo constante de levantar a la gente con el aliento de los animadores a voz de micrófono, además de que los parlantes de los estadios propalan una música atronadora para que el espectáculo nunca se detenga, o que al menos parezca vivo aun en tiempos de pausa. Es común observar coreografías de la mascota Milco y un grupo de voluntarios, que durante varios entretiempos saltan a los campos de juego para bailar ese popular tema de cumbia peruana que dice "Nunca pero nunca/ me abandones cariñito". Y las tribunas festejan a coro con aplausos y gritos, mientras mueven sus cuerpos.

El público que disfruta de los Panamericanos va pivoteando entre buenas y malas noticias. La positiva es el precio de las entradas, cuya venta funcionó bien a pesar de que comenzaron a venderse apenas dos meses antes de la inauguración de los Juegos. Sus precios populares arrancan desde los 10 soles (unos 3 dólares o 130 pesos argentinos), aunque es cierto que algunos tickets pueden trepar hasta los 80 (24 dólares o $ 1065).

Un déficit notorio es la escasez de food trucks en las distintas sedes; en esos pocos stands de comida donde las estrellas son los anticuchos -exquisita carne marinada en vinagre y pimienta, ají colorado, ajo y comino- suelen acumularse filas que provocan esperas prolongadas.

Hay varias sedes alejadas del centro de Lima, como el Complejo Deportivo Villa María del Triunfo (hockey, rugby, softbol, beisbol) y el polideportivo Villa El Salvador (gimnasia artística, rítmica y karate), que están enclavados en zonas rurales donde la pobreza es dominante y contienen una alta peligrosidad, una advertencia de los propios anfitriones. La recomendación constante es no frecuentar esos asentamientos con dispositivos electrónicos, aunque la zona se vio beneficiada gracias a los Panamericanos con el reciente asfaltado de varias calles de tierra. En este contexto, el alto volumen de tráfico es el principal enemigo para la fluidez de estos Juegos, y los principales perjudicados son los espectadores convencionales, ya que las personas acreditadas pueden movilizarse con los vehículos oficiales por los carriles exclusivos, que agilizan mucho los traslados.

Al igual que sucede con los Juegos Olímpicos, los Panamericanos dejarán obras de infraestructura para la sociedad Crédito: Marcos Brindicci
Al igual que sucede con los Juegos Olímpicos, los Panamericanos dejarán obras de infraestructura para la sociedad Crédito: Marcos Brindicci

Por otra parte, la seguridad es hasta ahora sólida y eficiente, aunque muy alejada de la ostentación de los Juegos de Río 2016 , donde el espectador parecía hallarse por momentos dentro de una base militar, con efectivos armados hasta los dientes, tanques de guerra y celosas patrullas en cada complejo. En cualquier caso, si el dispositivo es férreo acá en Lima, hay que estar bien atento y observar con largavistas: por allí, a lo lejos, con la mira puesta en el campo de softbol, se apostaban dos francotiradores sobre el tejado de una vivienda. Por si acaso.

Superado ya el día 9 de los Juegos, es una buena medida para evaluar la salud estructural del certamen continental. Y hasta ahora tiene más que un aprobado, si hubiera que calificarlo. Desde hace varios años ya, tanto los Panamericanos como los Juegos Olímpicos, cada uno con sus rasgos locales, responden a un circo idéntico que va trasladándose de un país a otro en lo relacionado con la organización. Todos responden a una misma manera de montar la infraestructura de las sedes, ese elefante de hierros y andamios, para darles un formato standard a los escenarios deportivos, que se desarmarán en un pestañeo cuando concluya el evento.

Se repiten exactos los materiales y las dimensiones de cada esqueleto del equipamiento; solo varían los diseños, algunos colores y, por supuesto, el logo del torneo.

También es el mismo protocolo para cumplir con los horarios de la televisión y la transmisión oficial, además del trabajo en sintonía con los cronogramas de las federaciones. Todo está perfectamente cronometrado, como los tiempos de los podios y la entrega de medallas. Así, es muy poco el margen de acción que le queda a la organización local de Lima 2019, comandada por Carlos Neuhaus. No hay espacio -ni permiso- para darle un toque autóctono, más allá de algunos detalles secundarios. Incluso, el papel de los voluntarios tiene características muy similares en los diferentes países, al margen de que muchos solo cuentan con información básica para guiar a los espectadores y a la prensa.

Si se habla de la fachada y la ambientación de cada sede (el "staging", como se suele decir), este certamen en Lima tiene muy poco que envidiarle a Toronto 2015, que armó un espectáculo casi a un nivel olímpico. Y es verdad que ya pasaron 12 años, pero en estos días se comprueba un notorio salto de calidad respecto de aquellos juegos Panamericanos de Río 2007, que exhibió importantes deficiencias en lo referente al espectáculo y a la compaginación organizativa en el día a día.

Después, se replica un fenómeno que suele verse seguido: pruebas con entradas agotadas, pero que terminan presentando varias butacas vacías. Suele ocurrir que las empresas compran tickets y las ceden a personas particulares, aunque los poseedores de esas entradas de protocolo, finalmente, no asisten. Igualmente, todavía falta que se pongan en marcha el atletismo y la natación, dos de los tres deportes troncales del olimpismo. Entonces, habrá una idea mayor de la respuesta y la expectativa del público peruano.

Lima 2019 superó la gran prueba de la ceremonia inaugural, con un show en el Estadio Nacional de Lima que enseñó la historia milenaria del Perú. Pero más allá de la pirotecnia y la emoción por el desfile de atletas, no habrá chance de reunir ingresos para compensar los 4200 millones de soles (unos 1200 millones de dólares) que costó su organización. Ni los patrocinios ni la venta de entradas, las dos principales vías de recaudación, estarán cerca de equilibrar el dinero gastado por el Estado peruano para poner a punto todas las sedes.

Hay cinco empresas que figuran como sponsors de oro de los Juegos Panamericanos por haber brindado a la organización bienes y servicios por valor de unos 2 millones de dólares cada uno. Es el caso de la empresa automotriz japonesa Toyota, la aerolínea chilena Latam, la tecnológica francesa Atos, la láctea peruana Gloria y la gestora de residuos sólidos Petramás, también de Perú. Además de la rentabilidad de estos Juegos, el tiempo dirá cuál será el legado deportivo que le quedará al país. En definitiva, el aspecto más cercano a la gente común.

(La Nación)

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