JOSÉ CARLOS REQUENA
Hace 500 años, el Tahuantinsuyo recibía a los primeros europeos. Los cronistas españoles han simplificado las complejas relaciones andinas, dibujando dos reinos con gobiernos paralelos: Quito, al norte, dominado por Atahualpa, cuya influencia se extendía hasta Cajamarca; y Cusco, al sur, el tambaleante centro de poder, con Huáscar al frente.
En 1988, en “Historia del Tahuantinsuyu”, la recientemente fallecida María Rostworowski brindaba una mirada más profunda y contrastada. Para ella, dichos enfrentamientos no fueron un fenómeno único sino, más bien, “circunstancias que se repetían al final de cada gobierno”
Apoyada en la revisión de numerosas crónicas, Rostworowski decía que Atahualpa –que había establecido su base en Quito después de pasar muchos años en la zona norte peleando por la expansión del imperio – inició una rebelión contra Huáscar, quien permanecía en Cusco, y contaba con el apoyo de los nobles y la clase dirigente. Norte y sur enfrentados, con Cajamarca y Cusco como lugares claves.
Hoy las diferencias de ambas zonas geográficas parecen mantenerse. Keiko Fujimori visitó con cierto éxito Cajamarca hace algunas semanas (a pesar de algunos incidentes en Chota). El jueves último, en cambio, enfrentó en Cusco uno de sus mayores sinsabores: opositores al fujimorismo (“grupetes intolerantes”, según la candidata), la obligaron a acortar su mitin.
Cajamarca y Cusco han tenido comportamientos marcadamente disímiles, como si representaran los puntos extremos del profujimorismo y del antifujimorismo. En el 2006, cuando el fujimorismo no terminaba de recuperarse aún de la crisis que significó el accidentando final del gobierno de su líder, fue Cajamarca la región en que esta fuerza política obtuvo su mayor votación: 18,41%, muy por encima de su promedio nacional (7,43%). Obtuvo, además, un escaño de los cinco asignados a Cajamarca.
Cinco años después, en el 2011, Cajamarca, con 34,05%, fue la segunda de las seis victorias regionales del fujimorismo. Allí, obtuvieron más de diez puntos por encima de su promedio nacional (23,55). En el Congreso, el fujimorismo consiguió tres de los seis escaños que hoy constituyen la representación parlamentaria cajamarquina.
Cusco, en cambio, ha votado mayoritariamente en contra del fujimorismo. En el 2006, tuvo un escuálido 3,17% de los votos, menos de la mitad de su promedio nacional, que palideció frente al 57,16% de Ollanta Humala, entonces emblema del antifujimorismo extremo. En el 2011, ya con una Fujimori como candidata, el fujimorismo obtuvo solo un 10,86% de los votos en Cusco; mucho menos que Humala (62,6%) en la misma región, y varios puntos detrás del promedio nacional fujimorista (23,55%). En ambos procesos, y aún hoy, tentar un escaño cusqueño desde el fujimorismo es un acto simbólico.
En el brumoso proceso electoral, en el que los candidatos se retiran para conservar la inscripción electoral o son retirados mediante fallos controversiales, lo único que parece medianamente claro es que los resultados reflejarán, nuevamente, esa larga disputa entre Cusco y Cajamarca. Como si algo del enfrentamiento de Huáscar y Atahualpa aún permaneciera.