Marta Rondón

El , el asesinato de una mujer por su condición de fémina, emerge como la culminación más extrema de una escalada de , que comienza con agresiones psicológicas y continúa tanto en el ámbito privado como en el público, hasta llegar a la aniquilación de la mujer. Desde el 2009, Perú mantiene un registro de feminicidios y esta figura se incorporó al Código Penal en 2013. Sin embargo, ello no ha impedido que, en 2023, 165 mujeres fueran asesinadas por su pareja o expareja (un incremento del 12.2 % respecto al año anterior).

Entre enero y octubre de este año, tuvimos 132 casos de violencia contra la mujer con características de feminicidio: 86 % de las víctimas tenían entre 18 y 59 años, el 62 % dejó hijos menores de edad y 3.8 % estaban embarazadas al fallecer. El 62 % murieron a manos de su pareja y el 19 % de la expareja. Las regiones más afectadas fueron Lima, Cusco, Cajamarca, Huánuco e Ica.

El perfil de los agresores, que representan al 30 % de los sentenciados por homicidio en el Perú, también es revelador: se trata mayormente de varones con secundaria completa, la mayoría entre 25 y 39 años, y convivientes de la víctima. Casi el 10 % de ellos ha estado preso antes por otro motivo, y el 56 % tiene antecedentes policiales.

Un dato crucial: el 60 % de las mujeres asesinadas habían denunciado o buscado ayuda previamente. Esto crea preocupación por determinar cuáles son las señales de alarma que no se tomaron en cuenta. Es clave determinar lo que es útil para detener la violencia contra una mujer antes de que escale. Estudios internacionales muestran señales de alto riesgo: tenencia de armas, los intentos de estrangulación, violencia durante el embarazo y celos violentos son todas señales de alerta, así como el incremento de los episodios de violencia y que el varón se dé cuenta que la mujer ha decidido irse.

En nuestro país, sabemos que el agresor actúa dentro de los cánones de la sociedad patriarcal: el hombre se considera dueño de la mujer y cree que tiene que controlar su conducta, especialmente la sexual. Así ejerce violencia a lo largo de años, aísla a la mujer de sus familiares y amigas con control férreo. Ante el fracaso de este control y percibe desobediencia, incumplimiento de los roles de género o riesgo de ser abandonado, llega a odiar a la mujer, la deshumaniza y busca aniquilarla. No tolera que ella lo deje porque desafía su preeminencia masculina o porque teme al abandono. El feminicidio dista mucho del romántico “crimen pasional”: suele ser premeditado y emplea una violencia descomunal e innecesaria que buscan no solo matar sino aniquilar y desaparecer a la víctima.

Alrededor del 60 % de las mujeres peruanas sufre violencia de pareja, que, sin intervención, puede acabar en la muerte. Esto refleja una desigualdad profunda en las relaciones entre hombres y mujeres, y es una situación sistemática apoyada en la creencia de la superioridad masculina. Esta violencia es mayor en las sociedades más inequitativas. Por lo tanto, es claro que no se puede detener el feminicidio sin desmantelar las inequidades y desigualdades injustas que sostienen esta violencia, garantizando oportunidades de desarrollo armónico para hombres y mujeres.

En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, estas cifras nos interpelan: cada número representa una vida truncada, un proyecto interrumpido, un dolor familiar. Nuestra responsabilidad colectiva es transformar esta realidad.

Dra. Marta B. Rondón, médica psiquiatra del Instituto Nacional Materno Perinatal y docente de la Universidad Peruana Cayetano Heredia

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