Adulto mayor: Rostros añejos de la tunantada
Luis Silva Nole

Es mediodía del 4 de agosto en la plaza de armas de Sicaya, ubicada a 20 minutos de en auto. Como sucede en todas las plazas de armas de la sierra peruana, la piel de los rostros descubiertos se tuesta al sol como el maíz en el tiesto sometido al fuego. Y en la sombra, un frío seco y punzante penetra incontables capas de fustanes y casacas, igual que un ataque de filudas dagas, hasta endurecer los movimientos de brazos y piernas, y entumecer los cuerpos.

Ases de la tunantada en Sicaya: Walter Aliaga (huatrila), de 61  años; Nicilo Isuhuaylas (chuto), de 69; y Jesús Miranda (príncipe), de 80. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)

En la principal fiesta del pueblo, solo un colorido grupo está exento de esas penitencias y se abre paso al ritmo cadencioso de la , danza que, según tradiciones orales, evoca con burla la llegada a Jauja, en el siglo XVI, del virrey Toledo y negociantes provenientes de lo que hoy son Argentina y Bolivia.

Color de Junín. El paso de los llamados príncipes –o españoles– por Sicaya mereció el aplauso de lugareños y turistas a principios de este mes. La tunantada nació en Jauja, pero se baila en toda la región. (Foto: Luis Silva Nole  / El Comercio)

La comparsa avanza con el vaivén más garboso del valle del Mantaro. Con ella, látigos, bastones y pañuelos. Máscaras, corbatas, botines, espuelas, polleras y llicllas resplandecientes. Son más de cien hombres y mujeres, integrantes de la Selección de Tunanteros del Valle, de Sicaya, que bailan, casi en éxtasis, con sones de incansables arpas, violines, clarinetes y saxofones.

Las máscaras son un elemento fundamental para la buena marcha de las comparsas de tunantada. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)

La banda marcha detrás del pelotón de danzantes. Y atrás de ella, menospreciado, va el huatrila, uno de los personajes de la tunantada. Walter Aliaga Gutiérrez, de 61 años, lo encarna desde hace una década.

Con su máscara de cuero curtido, este tunantero representa al indígena conquistado y crea pasos, arrastra los pies, los cruza, estira los brazos y remece su cabeza, lanzando de tanto en tanto bromas a los espectadores. Su misión es mofarse, incluso de sus compañeros de danza. 

“El huatrila es un palomilla. Cada año estoy en la tunantada. Es una forma de identificarme con mi tierra”, diría en una pausa el huatrila nacido en el distrito chupaquino de Huachac.

Cada personaje sigue su propio paso. Ahí están también los chutos, huatrilas más estilizados, pero igual de bromistas y enmascarados. Ellos cambiaron las ojotas por las botas y también fingen espantar a advenedizos que presuntamente quieren pedir propina a los príncipes o españoles.

Estos últimos danzan elegantemente para enamorar a las huanquitas, damas que representan a las lugareñas, dispuestas a complacer a los poderosos príncipes.

Las huanquitas también son protagonistas. La tunantada es una sátira de la época colonial. (Foto: Luis Silva Nole  / El Comercio)

Al lado de los bailadores va, de civil, el presidente y fundador del grupo, Manuel Valle Cangalaya, de 67 años, 40 de ellos dedicados a la tunantada. Él calcula, orgulloso, que en cuadrillas como la suya, el 60% de los miembros son adultos mayores.

“¡Una foto, por favor!”. El chuto Nicilo Isuhuaylas Carrillo, de 69 años, detiene su baile unos segundos para el ‘selfie’. “¡Soy de Sicaya! La tunantada es alegría, una estampa de mi región”, alcanza a decir este ex marino que lleva 20 años de tunantero.

Chutos (a la izquierda) y el arriero argentino (a la derecha) en acción. El baile de la tunantada fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación en el 2011. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)

A su paisano Jesús Miranda Samaniego, de 80 años, el penacho de plumas que le sobresale del sombrero y los ojos azules de su máscara lo identifican como español. “Nuestros hijos y nietos también bailan. Así la tradición no se perderá nunca”, augura Jesús en pleno baile.

El arriero argentino y el comerciante boliviano son los otros personajes tunanteros. La fiesta, con olor a cerveza, se prolonga hasta la noche, igual que la tunantada y su rico acervo.

Las cuadrillas de tanteros suelen presentarse en enero en Jauja y en agosto en casi todo el valle del Mantaro. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)

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