Hoy su nombre es el de una carretera corta, apenas 9 km que fluyen con harta velocidad hasta llegar al cuello de botella de Huachipa. Carrera de caballos y parada de borricos. Pero sus hijos y los apristas con quienes he hablado de Ramiro Prialé me cuentan que con él las cosas fluían suave y parejo; y piden que deje constancia de que era un conciliador nato, el líder que, con su frase “Conversar no es pactar”, puso el tema de la concordia nacional por encima de los intereses sectarios.
Todos hemos pronunciado alguna vez esa frase con la sonrisa que da a entender que todo es cálculo si no ruin, mezquino. No hace mucho, cuando anunció su ronda de visitas a los líderes de la oposición, el primer ministro Pedro Cateriano invocó la frase con casi imperceptible sorna, quizá para que la tuviéramos en mente unos días después, cuando lo viéramos en la foto con Alan García, su ‘bestia negra’ aprista, a quien le dedicó el libro de denuncia “El caso García”. Fernando Rospigliosi tuiteó hace poco “conversar no es pactar”, 21 caracteres para responder a quienes lo critican por su acercamiento a Keiko Fujimori. Todo esto nos lleva a la necesidad de rastrear la frase.
¿POR QUÉ LO DIJO?
Germán Peralta, historiador aprista, me puso en la pista del origen. “Ramiro era secretario general [Haya estaba desterrado en Roma] y tenía la misión [en la campaña de 1956] de lograr la legalidad del Apra. Se acercó al pradismo y favoreció lo que se llamó la ‘convivencia’ con Manuel Prado, que en su primer gobierno persiguió al partido. Entonces, la izquierda comunista atacaba, decía que el Apra claudicaba y se aliaba con su ex perseguidor”.
Llamo a Mercedes Cabanillas, ex ministra y ex congresista aprista, conocida entre sus correligionarios por ser una ‘ramirista’. Meche no duda de que la frase surgió en ese trance del apoyo a la candidatura de Prado. “Ramiro tenía que sacar al partido de la clandestinidad. No lo pudo hacer con Hernando de Lavalle [el otro candidato importante], lo hizo con Prado [...]. Era dialogador, un hombre de buena fe”. Antes de cortar, me da el teléfono de Gilmer Calderón, que fue su secretario.
Calderón empezó a trabajar con Prialé en 1963, cuando este era senador. Me ayuda con trazos biográficos: Prialé Prialé (sus dos padres apellidaban igual) nació en Huancayo en 1904. Allí pasó su juventud y se casó con Luzmila Jaime. Allí, también, nacieron sus hijos mayores. Cuando fue a estudiar Derecho en San Marcos y se enroló en el Apra, comenzó la vorágine de activismo clandestino que lo tuvo, entre una y otra detención, 14 años preso.
Hacia 1943 estaba desterrado en Panamá, pero Haya de la Torre lo hizo venir clandestinamente, para ayudarlo a sacar de las catacumbas al proscrito partido. Lo envió a Arequipa y ahí, con el alias de ‘Alfredo Ganoza’, gestó el frente que llevó al triunfo a Bustamante y Rivero en 1945. Y se casó por segunda vez con Antonieta Zevallos, una militante aprista sorprendida al descubrir que ‘Ganoza’ era su líder clandestino.
La primavera le duró tres años al Apra, pues tras el golpe de Odría, volvió a las catacumbas. En ese trance, Prialé vuelve a hacer trabajo clandestino y a conversar con sus perseguidores. Esto no es recuerdo, Peralta me ha conseguido el libro “Conversar no es pactar”, recopilación de conferencias de Prialé, publicadas en 1986. Allí, dice (pág. 111): “Enarbolamos la bandera de la ‘convivencia nacional’ [...] que pusiera término a la división de los peruanos en perseguidos y perseguidores. Proclamamos la necesidad de implantar el diálogo [...] Conversar no es pactar, dijimos”. Unas páginas más adelante, describe la muy polémica alianza parlamentaria con el odriismo que deparó a Belaunde un congreso opositor: “Quienes nos encargamos de redactar el acuerdo dejamos constancia de que se trataba de un entendimiento estrictamente parlamentario [...]. Ningún compromiso que afectase la doctrina, principios, ni programa de ambos movimientos”.
Calderón me cuenta que oyó, no está seguro si de boca del propio Prialé o de un tercero, que la frase se la dijo a un emisario del saliente Odría que lo buscó en el agitado 1956. No he podido confirmar esa versión.
PAPÁ RAMIRO
Decidí hablar con los hijos al final. Primero, la figura histórica, luego el hombre cotidiano. Gonzalo Prialé, hijo de su matrimonio con Antonieta Zevallos, hoy líder empresarial de la AFIN, me dice: “Era cero rencor. Eso no estaba en su naturaleza y le permitió conversar hasta con quienes lo habían perseguido. Estoy seguro de que pensaba en la vida de sus compañeros”. ¿Les hablaba de conciliación? “No era necesario, estaba en la práctica”.
Gonzalo me da el teléfono de Alfonso, su hermano mayor, de 90 años y buena memoria. “No fui militante porque tenía que ayudar a la familia cuando él no estaba. Haya le dijo una vez que los dirigentes apristas tenían que ser solteros como eran entonces Luis Alberto Sánchez y Manuel Seoane, porque la familia sufría mucho. [...] Mi madre se enfermó y tuvo que estar en el hospital de Jauja, que era como el de ‘La montaña mágica’ de Mann. Murió muy joven. [...] Mi padre era muy concertador, siempre creyó que la gente no era 100% mala, que había algo que rescatar. Y, de acuerdo con Haya, hace saber a los adversarios que el partido no es un grupo terrorista ni mucho menos. [...] Él decía, yo converso, no podemos estar fuera de la ley. La respuesta que dio a la gente que comenzó a criticarlo fue ‘conversar no es pactar’. Él no pactó ni obtuvo prebendas, lo único que pidió era que lo repusieran en el colegio nacional donde había sido profesor. Era algo simbólico”.
Don Alfonso subraya así un sentido adicional. ‘Pactar’ no es malo cuando no implica deposición de principios y, ojo, ganancia personal. Hoy que somos más prácticos, encaramos con más resolución los pactos y hasta nos jactamos de ‘acuerdistas’. Pero los políticos suelen rendirse ante sus pulsiones belicosas y los acuerdos se postergan o disuelven. Y la frase de Prialé se agita en vano y con cinismo. Pero esta historia demuestra que él sí conversaba para –no necesariamente– pactar.