“En el caso de Chile, la población siente que vivir en el Primer Mundo no se ha cumplido para todos”. (Foto: Archivo personal)
“En el caso de Chile, la población siente que vivir en el Primer Mundo no se ha cumplido para todos”. (Foto: Archivo personal)
Juan José Garrido

Tras publicar “Sálvese quien pueda”, su último libro, el periodista y analista internacional Andrés Oppenheimer vendrá a Lima para participar en . En diálogo con El Comercio, asegura que países como el Perú ya deberían tener en el centro de su agenda política la sustitución de sus fuentes de ingreso para enfrentar al mundo del futuro. Por ahora –asegura– la región no está preparada.

—En “Sálvese quien pueda”, estudias el futuro de los trabajos frente a la automatización. ¿Cómo está América Latina respecto a la frontera tecnológica de China, India, Estados Unidos y Europa?

Pésimo. No solo estamos mal en los indicadores internacionales de educación, de patentes, de nuevos inventos, de producción de nuevas tecnologías, sino que ni siquiera estamos hablando del tema. Si te fijas en las últimas elecciones de casi todos nuestros países, nadie está hablando de esto. El desempleo tecnológico va a ser uno de los temas que más van a afectar a América Latina en los próximos años. Según un estudio de la Universidad de Oxford, el 47% de los empleos corre el riesgo de desaparecer en los próximos 15 años por la tecnología. Pensaba que eso iba a ocurrir principalmente en los países desarrollados, pero para mi sorpresa, cuando entrevisté a los autores del estudio me dijeron que va a afectar más a los [países] de ingresos medios, como China, México, incluso en cierto sentido al Perú. Son los que más dependen de trabajos manuales, repetitivos, perecibles, que son los más fáciles de realizar por los robots.

—Se dice que para el 2050 China e India van a ser las economías más fuertes. ¿Estás de acuerdo?

Creo que van a ser EE.UU. y China, o al revés. A India le falta bastante porque tiene un problema de infraestructura que le va a tomar décadas compensar. India está hoy donde China estaba hace 20 años. China, en cambio, ya es una potencia tecnológica y si EE.UU. no resuelve su problema político, con un presidente populista que está erosionando las instituciones democráticas y amenaza con hacerlo cada vez más, corre el riesgo de perder su primacía económica frente al mundo.

—¿El modelo político de gobierno de China es sostenible por 20 o 30 años?

No sé si por ese tiempo, pero en contra de quienes suponíamos que Internet iba a ser un vehículo de propagación de la democracia, ha resultado ser en muchos casos lo contrario. China ya está construyendo su propio sistema aislado de Internet y hasta ahora le ha salido bien. Pero cuidado que lo que está pasando en Hong Kong puede ser un prólogo de lo que se viene. A medida que las nuevas generaciones no tengan la memoria histórica de la pobreza en la que vivían sus bisabuelos, porque ya nacieron en un mundo con televisión en colores y iPhones, China se puede encontrar con un problema de agitación social mayor de lo que hemos visto hasta ahora. Nada es permanente en este mundo, ni la democracia liberal de EE.UU. ni la dictadura comunista de China.

—En el corto plazo, ¿ves sostenible la guerra comercial entre el presidente Donald Trump y China?

Creo que Trump, antes de las elecciones de noviembre del año que viene, va a firmar cualquier cosa y lo va a tratar de vender como un gran triunfo.

—Como buen populista que es.

Como buen populista que es. Eso lo está descontando el mercado y por eso está subiendo la bolsa, pero no me extrañaría que lo que firme no sea más que un gran show, una gran fantasía electoral para ayudarlo a ganar las elecciones.

—Hace poco escribiste un artículo sobre Chile. El resumen es que eres un optimista por default, por descarte de otros modelos.

Más que por descarte de modelos, por descarte de otras coyunturas que se están dando en otros países. Y supongo que también por descarte de otros modelos, porque Chile ha reducido la pobreza más que ningún otro país importante de América Latina: del 31% de la población en el 2000 al 6,4% de la población en el 2017, según el Banco Mundial. Es una disminución impresionante. Ahora, ¿por qué sale gente a protestar? Hay muchos chilenos que están descontentos porque les vienen contando hace varios años que están en los portales del Primer Mundo y que Chile ya tiene niveles de ingresos parecidos a los países del sur de Europa. Y muchos jóvenes chilenos dicen: “Yo no estoy viviendo tan bien como un español o un portugués. No tengo los estudios universitarios ni la salud gratuitos, ni una jubilación buena como los países de sur de Europa”. Lo de Chile es más que una protesta contra necesidades no cubiertas, contra expectativas incumplidas. Es una protesta de Primer Mundo más parecida a las de los chalecos amarillos en Francia y los indignados en España, que a la de los haitianos en los últimos meses.

—Pero lo que ha llamado la atención es la violencia de la protesta. La de los chalecos amarillos en Francia ha sido una protesta también violenta, pero no han desatado ese nivel de energía, ¿no?

Bueno, están buscando un muerto. Están buscando víctimas, mártires, figuras icónicas alrededor de las cuales construir un mito revolucionario para favorecer sus proyectos totalitarios.

—¿Tú crees que esto está organizado, que es parte de un plan?

Creo que, en el caso de Chile, es una protesta mayoritariamente legítima de la población que siente que vivir en el Primer Mundo no se ha cumplido para todos, sino para los más privilegiados, y creo también que Venezuela, Cuba, Rafael Correa desde su casa en Bélgica, y otros están utilizando noticias falsas para agitar un poco más el avispero. Eso le pregunté la semana pasada al canciller de Chile, Teodoro Ribera, y me dijo que ellos tienen evidencias de que hay gente extranjera en la violencia. Creo que la injerencia se está dando a través de las redes sociales, sembrando noticias destinadas a incrementar el enojo. Pero, repito, creo que eso [se] está añadiendo al enojo [...] la causante son reivindicaciones legítimas de gente que ha progresado muchísimo, que ha reducido la pobreza muchísimo, pero que quiere que la torta se reparta mejor sin abandonar el modelo.

—Da la percepción de que las correcciones van más que al modelo, a los sostenes sociales.

Todo modelo necesita correcciones cada tanto. Ningún modelo puede permanecer estable en el tiempo, las cosas cambian, pero creo que la enorme mayoría de los chilenos está contenta con el modelo y descontenta con cómo se están repartiendo los beneficios de este. Cosa que es totalmente legítima y, en algún sentido, positiva.

—¿Lo de Colombia lo ves como un contagio de Chile o es algo que están aprovechando grupos de izquierda dentro de una apuesta para revertir el péndulo político?

Creo que es probablemente ambas cosas, sumadas a la anterior. En efecto, es un contagio más el aprovechamiento de grupos financiados por Venezuela, que necesitan desesperadamente desviar la atención mundial de la peor crisis humanitaria de la historia reciente de América Latina, y tercero, demandas legítimas de mucha gente que quiere mejores condiciones sociales. La gran ironía de todo esto es que Maduro se está jactando de las protestas en Chile.

—Como una forma de reivindicar, ¿no?

Como una forma de desviar la atención del desastre económico y social que ha hecho en Venezuela. Creo que es irónico que Maduro se esté ‘festoniando’ con los disturbios en Chile y Colombia, cuando la economía de Venezuela se desplomó en un 60% en los últimos cinco años y tiene el récord mundial de aumento de la pobreza en un país que no está en guerra. Si no sería tan trágico, sería casi chistoso. Yo creo que los gobiernos de Chile, el Perú, Colombia y otros países, que han crecido y reducido la pobreza, deberían poner la imagen de la gente buscando comida en los tachos de basura de Caracas para recordar lo que podría pasar si se vota a favor de modelos populistas, autoritarios, corruptos, que terminan destruyendo países.

—¿Sientes que hay un retorno del populismo en América Latina o nunca se fue?

Nunca se fue, pero tampoco se fueron los latinoamericanos que quieren crecer sostenidamente en democracia, sin demagogia ni populismo. Hoy estamos viendo en los periódicos las protestas en Chile y Colombia, pero nos olvidamos de que Ecuador sacó corriendo a un populista acusado de tremendos actos de corrupción. También que en Bolivia una protesta de 21 días contra un fraude electoral registrado y comprobado por 92 observadores internacionales de 24 países de la OEA acaba de hacer renunciar a Evo Morales, un presidente que había excedido por lejos los dos mandatos consecutivos que permitía la Constitución. Diosdado Cabello, número dos de la dictadura venezolana, dijo hace pocas semanas que corren brisas bolivarianas en América Latina. Yo creo que corren vientos encontrados, porque si miras las cosas objetivamente, Brasil, Chile, el Perú, Ecuador, Colombia, Centroamérica, y quizás a partir de hoy Uruguay, estás hablando del 70% o más del PBI regional.

—En la columna que escribes sobre Chile mencionas que el Perú se encuentra en un “punto muerto político”. ¿Qué significa eso?

Que nadie lo entiende y menos los que estamos afuera. Es tan complicado lo que pasa, que es muy difícil para quienes no vivimos allí entenderlo. Las cifras económicas de los últimos años son buenas. La pobreza en el Perú, que es lo que más tendría que importarnos, cayó el 58,7% en el 2004 al 21,7% en el 2017, según el INEI. Entonces, quienes estamos afuera vemos la crisis política y nos preguntamos qué está pasando.

—Entonces, tu lectura básicamente es de confusión, desorientación.

El Perú siempre ha sido un país que ha estado en constante agitación política. A mí me gusta comparar los países con colonias de hormigas, como lo hizo el premio Nobel [de Literatura] V.S. Naipaul hace varios años. Él decía que Argentina era una colonia de hormigas que está en constante agitación, pero que va para ningún lado. Creo que el Perú es una colonia de hormigas que está en constante agitación, en constante movimiento, y que ha venido avanzando.

—Vuelves a CADE. ¿Vienes optimista?

Voy con la mente abierta, unos días antes para hablar con amigos peruanos y enterarme un poco, porque sería irresponsable para mí opinar antes de pisar suelo peruano. No quiero opinar del Perú hasta que esté allá.

—Sin entrar entonces a detalle, ¿a qué debería apostar un país como el Perú?

A prepararse para los cambios que se vienen en un mundo en que las materias primas y el trabajo manual van a valer cada vez menos, y el trabajo mental cada vez más. Entonces, el Perú tiene que apostar mucho más de lo que está haciendo a la educación de calidad, a la innovación, a la tecnología. Eso no significa que tenga que convertirse en Silicon Valley. En el último capítulo de “Sálvese quien pueda”, hablo de los trabajos del futuro y no es cierto que los países latinoamericanos tengamos que convertirnos en Silicon Valley. Cada uno tiene su propio nicho. El del Perú puede ser el turismo, pero mucho más sofisticado de lo que es ahora: el turismo de aventura, médico, espiritual, gastronómico. Tiene que poner el tema del futuro del trabajo y el de las fuentes de ingreso del país en el centro de su agenda política.

—Lo cual requiere reformas muy radicales en algunos aspectos, como la legislación laboral, que todavía está pensada para una sociedad en camino de industrialización. Es decir, ni siquiera para una sociedad industrializada.

No conozco de cerca la legislación laboral peruana, pero no me extrañaría que, como en muchos países latinoamericanos, tuviera una rigidez tal que haga difícil para los emprendedores abrir nuevas empresas, y no me extrañaría que a eso se deba que más del 50% del trabajo en el Perú sea informal. Esos tendrían que ser los temas que estén en el centro de su agenda política. El escándalo tal o cual, no digo que no tiene que estar, pero no puede ser el tema central de la vida política de un país como el Perú bien entrado el siglo XXI.