Si bien el bicentenario es una fecha muy significativa y de gran contenido simbólico, su carácter queda irremediablemente marcado por el ánimo de la coyuntura. Nuestro centenario y sesquicentenario tuvieron un claro espíritu celebratorio y una retórica oficial ambiciosa, de carácter fundacional, con Leguía y la dictadura militar.
Entre los países vecinos, Argentina en el 2010 tuvo una gran celebración con Cristina Fernández, pero no México, acosado por serios problemas de violencia bajo la presidencia de Felipe Calderón.
Nuestro país se acerca al 2021 en medio de una gran incertidumbre política y una sensación de crisis. En la encuesta de julio del Instituto de Estudios Peruanos, apenas un 34% tiene claro que cuando hablamos del bicentenario nos referimos al 2021; un 56% no sabe cuándo se celebra y un 10% da respuestas equivocadas.
El reconocimiento del 2021 como fecha es mayor, como era esperable, en los sectores A y B (59%) frente a los sectores D y E (23%); pero también es mayor en la sierra (41%) y mucho menor en la selva (17%).
Cuando se pregunta qué debería hacer el gobierno al cumplirse los 200 años de nuestra independencia, un 46% piensa muy pragmáticamente que debería “dedicarse a resolver los problemas económicos y sociales más urgentes del país”. Un 42% piensa que “debería fomentar el desarrollo de la educación y el civismo de los peruanos” (especialmente entre los niveles A y B). Apenas un 8% piensa que “debería construir monumentos, parques o plazas para recordar esta fecha tan importante”.
No hay gran ánimo festivo, pero sí se reconoce una oportunidad para realizar un examen colectivo: un 64% considera que “más que celebrar, debemos reflexionar sobre nuestros problemas y posibilidades como país”; solo un 20% entusiasta opta por “celebrar y manifestar nuestro orgullo de ser peruanos”. Finalmente, un 12% es muy pesimista: un 8% de los entrevistados piensa que “no hay nada que celebrar porque nuestros problemas no tienen solución” y un 4% que “no habría nada que celebrar porque no me interesa”.
¿Por qué nos ha ido mal como país? Un 68% de las respuestas atribuye nuestro subdesarrollo a la corrupción de nuestros gobernantes, en la vena antipolítica actual; un tercio, con un sentido más crítico con el “sistema”, “al egoísmo de las élites económicas y sociales” y a “la explotación de potencias extranjeras” (22% y 16%, respectivamente); y otro tercio atribuye los problemas a los propios peruanos, resaltando el “conformismo de los peruanos” y nuestro “escaso civismo” (22% y 11%, respectivamente).
En otro orden de cosas, un 55% tiene una visión optimista de nuestro país, en la que nuestra “diversidad es parte de nuestra riqueza” y en la que “todos somos iguales y prima la igualdad” (41% y 14%, respectivamente); pero un 40% identifica nuestra heterogeneidad como un obstáculo: la diversidad “dificulta nuestra integración”, o aparecemos con “diferencias irreconciliables” (20% en cada caso).
¿Cómo entendemos nuestra identidad? En la pasada inauguración de los Juegos Panamericanos vimos una puesta en escena de la peruanidad compuesta por la fusión entre lo indígena, español, europeo, africano y asiático. Un 33% de los encuestados se identifica con esa narrativa, una suerte de “mestizaje abierto”, especialmente en Lima; pero un porcentaje cercano al 20% considera que nuestra identidad tiene su base principalmente en “la cultura indígena prehispánica”; porcentajes cercanos centran esa base en “el idioma español y la religión católica” (23%) o “en el mestizaje entre lo indígena y lo español” (18%). Ciertamente, somos un país muy diverso.