Cronica
Cronica
Fernando Vivas

Una vez fui a una feijoada en la Embajada de Brasil: una alegre cola desfilaba por la larga mesa donde ollas de barro humeaban con una densa sopa de frijol negro sembrada con carnes. Si tuviera que buscar su equivalente transpacífico, pensaría en una carapulcra (siendo generoso con la gastronomía brasilera).

Tras esos pequeños círculos de barro, venían otros, más amplios, de las mesas con los invitados. Las entradas eran caras porque la recaudación tenía fines benéficos. Pero los medios no eran benéficos. En realidad, la mayoría de las entradas las compraban las empresas de construcción, Odebrecht a la cabeza, para repartir entre conocidos que a su vez invitaban a otros y así caíamos políticos y periodistas.

Me llamó la atención el entusiasmo con el que varios invitados se ponían la ‘verdeamarelha’ repartida al ingresar. Tras la explosión del Lava Jato, todos vimos las fotos de políticos como PPK, Susana Villarán, Lourdes Flores o Jorge Muñoz posar orondos con la camiseta bien apretada y comprendí que el gesto no era, necesariamente, de amor al Brasil sino a sus aportes de campaña y al influjo de sus constructoras.

—Rio/Cusco sin escalas—
La feijoada se acabó. En la embajada de Brasil, que prestaba su jardín para la jarana, ya no quieren hablar de ella. Piensan que otros deben ser los símbolos del intercambio comercial y cultural entre dos países que nos miramos de espaldas por siglos, que nos conocemos mucho menos de lo que deberíamos.

Conversé con el embajador de Brasil en Perú, Rodrigo Baena Soares (hijo del ex secretario general de la OEA, Joao Baena Soares), y con otros diplomáticos, sobre la diversa agenda bilateral, y otros temas destacaron en este esfuerzo por borrar el sabor a concreto y polvo de carretera, de brea fundida con frijol: El turismo ha crecido sostenidamente. En el 2009, 82.764 brasileros vinieron a Perú y 78.975 peruanos fueron a Brasil. En el 2017 (las cifras del 2018 aún no se cierran), 173.753 brasileros llegaron y 115.320 peruanos los visitamos.

Brasil tiene 209 millones de habitantes, mucho más que nuestros 32 millones; de modo que las expectativas de crecimiento del flujo de Brasil hacia Perú tendrían que ser mucho mayores si se promoviera más el intercambio cultural y la marca Perú sedujera a más brasileros.
Por supuesto, Machu Picchu, sigue siendo el principal destino de ese flujo y la gastronomía sigue ganando adeptos en Brasil. Sin embargo, la idea de vuelos directos entre Cusco y Sao Paulo o Rio, sigue siendo un sueño en salmuera. Antes que eso, podríamos ver de nuevo vuelos de Lima a Brasilia, que alguna vez los hubo como también los hubo entre Lima y Rio Branco, la capital del estado de Acre, que se siente más próxima al Perú que a sus metrópolis.

Los brasileros con los que hablé me insistieron en que las fronteras con Acre y con los estados del Norte, tienen posibilidades de desarrollo y conectividad que nos cuesta ver desde Lima, aunque hace más de un siglo el boom del caucho les dio vida. 

Ahora, debo pinchar un globo. La relación bilateral es débil y tardía para dos países con 2822 km de frontera. Recién en 1981 nos visitó un presidente brasilero, Joao Figueiredo y, entre los acuerdos firmados, estuvo promover una carretera.

Lula nos visitó en el 2003 y lanzó una alianza estratégica que incluyó a la IIRSA, la transoceánica que prometía que Brasil miraría al Perú y a sus vecinos para saldar la indiferencia pasada. Con el tiempo nos dimos cuenta de que más allá de esa buena voluntad, había, en los líderes del PT, Lula y Dilma que nos visitaron cada uno más de una vez,el afán de dar trabajo a sus constructoras y sus triangulaciones de corrupción pública y privada.

Aún no tenemos cifras que permitan medir el preciso impacto del Lava Jato en las inversiones brasileras, pero la balanza sigue boyante y favorable al Brasil, nuestro 4to socio comercial tras China, EE.UU y la Unión Europea: $ 4 mil millones encabezados por vehículos de carga y de paseo, polímeros, arroz y zapatos. Nosotros les vendemos combustible, cobre y zinc, entre otros productos.

La principal colaboración bilateral, y esta es una rica paradoja pues requiere de un acuerdo discreto y mudo, para no entrometerse en lo judicial. Ambos estamos persiguiendo la corrupción al más alto nivel. El gobierno conservador en clave alta de Bolsonaro es tan distante del PT que pudo tomar distancia del Lava Jato y enrolar al célebre juez Sergio Moro de ministro de justicia. Por lo tanto, a Bolsonaro le será más fácil, si se concreta una visita oficial, realizar esa reflexión culposa pos Lava Jato que se espera oír de una nación que vive, en su escala gigante,trances parecidos a los nuestros.