La holgadísima victoria del referéndum del domingo último constituye para el gobierno de Martín Vizcarra la más resonante victoria desde su instalación.
Donde hay una victoria, hay una capitulación. El derrotado en este caso, qué duda cabe, es el Congreso, el espacio natural de la clase política. Aunque se ha querido centrar el fracaso en el liderazgo de Fuerza Popular y sus aliados, lo cierto es que la derrota arrastra al Parlamento en su conjunto.
Desde ayer, el Congreso es un “pato rengo”, aquel poder que todavía es formal, pero que en la práctica es meramente simbólico. Dependerá de sus principales operadores llevar el medio lustro que queda hasta julio del 2021 de una manera que, al menos, garantice un equilibrio de poderes; con un control político mínimamente efectivo, distinto al comportamiento infantil que ha mostrado, en general, desde que se instalara en julio del 2016.
El Parlamento deberá dotarse de una agenda mínima realista, que sintonice con la agenda del legitimado Ejecutivo. Por lo pronto, tiene en su cartera la rápida implementación de las medidas que implican las tres reformas aprobadas el domingo. Si el Ejecutivo ha hecho su tarea y tiene listo al menos un borrador de la ley orgánica de la Junta Nacional de Justicia, debería dársele trámite urgente. Para ello solo hace falta voluntad política.
También tiene en sus manos la renovación casi total de los miembros del Tribunal Constitucional, para la que se debería actuar con una responsabilidad suprema, considerando la idoneidad de los candidatos y no las cuotas partidarias, tentación recurrente en el espacio parlamentario (ver editorial de El Comercio, 16/11/18).
Hay otras leyes cuya discusión están siendo largamente postergada, que requieren atención y rápido trámite. Una de las más importantes es la de discusión de la prórroga de la ley de promoción agraria, que –con mejoras– podría preservar los beneficios que han convertido al Perú en “la despensa del mundo”, para usar el título del trabajo de María Luisa del Río (Planeta-AGAP, 2018).
Donde tendrá menos espacio es en el control político, venido a menos por el manejo interesado que la mayoría parlamentaria le ha dado. En la práctica, Vizcarra tendrá al frente a un Parlamento desarmado.
Hay voces al interior del Congreso que son conscientes de su brumoso presente. La más sonora, sin duda, ha sido la de Víctor Andrés García Belaunde (AP; Lima), para quien “el gran derrotado es el Congreso y en especial la mayoría que lo gobierna. ¿Con qué respaldo político y autoridad moral continúa? Debemos autodisolvernos y llamar a nuevas elecciones”. Una aspiración que, aunque carece de sustento legal, puede propiciarse.
Cuando el presidente Vizcarra anunció, en el marco de lo estipulado por la Constitución, la convocatoria al referéndum el 28 de julio pasado, el politólogo Paulo Vilca publicó en su muro de Facebook: “Martín Vizcarra acaba de disolver el Congreso en cámara lenta”. Los resultados de ayer confirman, en la práctica, el preciso enunciado.