El dilema de Keiko y del país, por Juan Paredes Castro
El dilema de Keiko y del país, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

La desafiante mayoría parlamentaria lograda por el fujimorismo en la primera vuelta electoral coloca a este ante su mayor prueba: la de tener que asumir como suya una reforma del sistema democrático que jamás estuvo en sus planes.

Será como ponerse a armar, con la misma herramienta del dominio congresal, aquello que hace 25 años desarmó.

Negarse a hacerlo evidenciaría su arraigo al pasado autoritario que aún lo condena. Tomar, en cambio, la iniciativa reformista, cuidando de no ser hipócrita, distendería su relación con las demás fuerzas políticas. Es más: reforzaría, según el papel que le toque cumplir, como gobierno o como oposición, el rescate del modelo económico de la amenaza de un sistema democrático en profunda crisis, fruto, en buena parte, del autoritarismo del 90 al 2000.

La gran ironía de esta posibilidad es que la mayoría legislativa fujimorista tenga que ponerse al servicio de las reformas, como la vuelta al Senado, que con no pocas pataletas rechazó todo el tiempo, desde su terca defensa adánica de la Constitución del 93, que considera intocable.

Yendo más allá y al margen de quién gane la presidencia, si o , ambos tienen que evitar que sus sólidas bancadas parlamentarias no tiren por la borda la única e histórica oportunidad de materializar las reformas políticas más urgentes y otras que permitan destrabar las inversiones, sin que ello suponga poner en zozobra el modelo económico vigente.

La responsabilidad compartida consistiría en que Fuerza Popular y Peruanos por el Kambio tendrían que ser los principales aliados de ese giro político de 180 grados, no importa cuántos callos propios y ajenos vayan a pisar en el camino.

Fujimori y Kuczynski saben perfectamente que el crecimiento económico no puede seguir siendo el ídolo con pies de barro de los últimos 25 años, es decir la gran promesa de captación de inversiones y conquista de mercados con un sistema político y otro judicial en acelerado deterioro.

Claro que hablamos de reformas democráticas, diferenciadas de aquellas otras radicales, como la de Verónika Mendoza, fermentadas en el viejo tonel de la vieja izquierda y que buscarían servirse de los canales democráticos para imponerse autoritariamente, al más puro estilo del fracasado chavismo venezolano.

El fujimorismo no está pues para hinchar las plumas y las alas de pavo real pretendiendo reivindicaciones propias antes que las nacionales. Está para demostrar que es capaz de marchar, paso a paso, a contracorriente de las taras, vicios y delitos del autoritarismo cívico-militar del 90 al 2000.

Fujimori y Kuczynski no tienen que ofrecernos a los peruanos una guerra sucia electoral, sino un sentido de futuro con reformas válidas que la fragmentación parlamentaria y la confrontación política humalista echaron a perder, con abierta frivolidad y cinismo, en los últimos cinco años.

El dilema para Keiko Fujimori y el país es sencillo pero inapelable: no hay futuro para las reformas democráticas sin un nuevo fujimorismo. Igualmente, no hay futuro para un nuevo fujimorismo sin reformas del sistema democrático.

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