Estamos cada vez más cerca de la travesía política más difícil y compleja desde el 2000, que nos llevará, a tumbos, del tiempo electoral al tiempo gubernamental.
Travesía sin duda acuática y pantanosa, que encierra la gran pregunta de si el Perú, polarizado electoralmente como está y sin propuestas de consensos ni de reformas a la vista, puede realmente funcionar.
Salir de la primera vuelta, con un Congreso capaz de mirarse solo el ombligo, y salir de la segunda vuelta, con un presidente destinado a ser prisionero de sí mismo en Palacio de Gobierno, ignorando su papel de jefe de Estado, nos colocará en camino a otros cinco años perdidos, como los que estamos heredando de Ollanta Humala.
Habremos pasado así del pantano electoral al pantano gubernamental.
Nuestra cultura, en parte democrática y en parte no democrática, ha hecho posible que tengamos el sistema político que conocemos y no otro mejor; de este sistema político han nacido los partidos que compiten por el poder y no otros mejores; de estos partidos vienen los congresos de turno que nos han decepcionado continuamente; estos congresos, con sus normas y reglamentaciones, y el Consejo Nacional de la Magistratura, con sus nombramientos bajo cuerda, nos han legado las autoridades electorales que tenemos; y estas autoridades electorales configuran las condiciones dentro de las cuales votaremos, en primera y segunda vuelta, con más incertidumbre que certidumbre, respecto de lo que nos espera en la crucial esquina del 2016.
Esta, la de marzo a junio, es pues la estación política en la que descubrimos nuestra ciénaga electoral, enlodada, fangosa, insalubre, que el voto obligatorio nos llevará a cruzar hasta depositarnos en la otra ciénaga, la gubernamental y parlamentaria, en la que igual podemos hundirnos, pero que necesitamos revertir si queremos de verdad construir las condiciones básicas de una gobernabilidad distinta y superior.
Cuán importante sería que las candidaturas en competencia por el poder entiendan que la victoria electoral de cada cual, mayor, mediana o menor, sirve en todo momento para sacar al país del pantano de medio siglo y no para retroceder a los viejos conocidos que han atado de pies y manos el desarrollo del país.
El reto del fujimorismo, como eventual dueño de una victoria parlamentaria en primera vuelta, tendría que ser el de convertirse en adalid de una reforma constitucional a la que tercamente se ha negado hasta hora, pretendiendo dar por intocable la Carta Política de su creación: la de 1993. De persistir el fujimorismo en esta posición, poco o nada podríamos esperar en cambios y reformas de segunda y tercera generación.
Ojalá podamos los peruanos dejar atrás estos dos pantanos.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 13 de marzo de 2016