Un ex presidente es como un jarrón chino: valioso pero incómodo, nadie sabe dónde ponerlo. De esta manera, el ex mandatario chileno Ricardo Lagos hacía suya una metáfora empleada originalmente por Felipe González. La idea es sencilla: un ex presidente parece ser un estorbo para la élite política, una sombra para el gobernante de turno, una amenaza para sus correligionarios con aspiraciones presidenciales.
Pero haber sido ex presidente puede resultar también un escollo para sí mismo, sobre todo si no se saben ponderar las ambiciones políticas con el confort de haber ostentado la máxima investidura. Esto último parece describir el dilema de Alejandro Toledo y su resistencia a bajar de las alturas del jet set presidencial y volverse a probar la vincha de candidato telúrico. El principal obstáculo de Toledo es él mismo.
Todos se van
Alejandro Toledo es el peruano vivo que más veces ha intentado ser presidente: 1995, 2000, 2001, 2011 y 2016. De los cinco intentos, hasta el momento, solo uno fue exitoso (2001) y, si nos fiamos exclusivamente por las encuestas, el 10 de abril próximo podría ser el final de un ciclo y el retorno a su “capital semilla” del 5%. En todos estos años, su organización política ha sufrido los avatares propios de un partido personalista: la excesiva dependencia de su único liderazgo, la pérdida de cuadros que retan las decisiones de la cabeza, el trajín de una estructura que no parece soportar más golpes de desprestigio. Perú Posible es, en la actualidad, una cúpula de sobrevivientes de naufragios, que portan en la lealtad al líder su único salvavidas.
Cada nueva campaña electoral resiente los núcleos de confianza del denominado “candidato natural”. Perú Posible prometía ser –en su mejor momento– un partido de “tercera vía”, como anunciaba optimistamente Hugo Garavito en “El peruposibilismo”. Pero conforme Toledo se involucra en una nueva aventura electoral, cuadros políticos y programáticos van migrando hacia otros proyectos o simplemente retirándose de la vida política. La lista de ex aliados y ex miembros de la chacana es un retador ejercicio de memoria: José Barba Caballero, Mauricio Diez Canseco, Gustavo Gorriti, Luis Solari, Carlos Bruce, Juan Sheput, entre tantos otros, quienes perdieron la fe en seguir acolitando al “sano y sagrado”. “Ya casi no queda nadie que le haga contrapeso, todos se van… antes había debate, intercambio de ideas y de criterios, hoy solo quedan quienes no desafían la palabra de Alejandro”, indica un ex cercano colaborador.
Su doble estatus de ex presidente y de “candidato natural” –un pie en el pasado superado y otro en el futuro wannabe– le concede a Toledo una inseguridad ontológica que daña sus pretensiones reeleccionistas. Por un lado, quiere mantener el trajín de conferencista internacional de un ex mandatario, lo cual lo nutre de los grandes debates globales, desde la energía renovable hasta el terrorismo islámico. Pero, por otro, lo aleja del “Perú profundo” y de la política doméstica de su organización. Las reuniones por Skype no hacen magia. “No puede irse una semana a la India en plena campaña electoral”, critica un integrante de su entorno. Razón no le falta porque las consecuencias de dirigir un proyecto político a control remoto son nefastas: superficial conocimiento de la realidad del país, pobre administración de los recursos políticos de su organización, débil control de las pugnas internas. Así, un partido disminuido, un liderazgo único sin equilibrios y un jefe a medio tiempo crean las condiciones para el fracaso anunciado o el milagro inmerecido.
Dos mujeres, una vicepresidencia
A pesar de la emigración de colaboradores de peso, Perú Posible ha producido una nueva ‘camada’ de dirigentes a través, principalmente, de dos estrategias: el proselitismo activo de la política local en zonas marginales (Silvia Barrera y Rennán Espinoza) y la figuración mediática oportuna (Carmen Omonte y Daniel Mora).
Ante la posibilidad de un cupo femenino para acompañar a Toledo en la plancha presidencial, Barrera y Omonte han entrado en competencia.
La disputa refleja los estilos distintos de ambas. Barrera se ha bancado la movilización territorial de Perú Posible en los dos últimos años y viene promoviendo precandidaturas congresales solventes pero inciertas en Loreto, Ayacucho, Huancavelica y el Callao. En su contra tiene que despierta sospechas sobre el origen de estos fondos y su estilo populista en el sostenimiento de su maquinaria, que irrumpe con éxito en los espacios donde informalidad e ilegalidad se confunden. Marcial Ayaipoma –opositor a Omonte en el partido– y Roberto Rojas –de la comisión política de Perú Posible– la apoyan.
Omonte, en cambio, tiene a favor su proyección mediática nacional, lo cual le ha procurado apoyo desde diversas bases regionales. Su paso por el gobierno de Humala, incluyendo la denuncia sobre el caso de los pañales desaparecidos, es un pasivo que sus rivales aprovechan para bajar sus pretensiones. Su acceso a medios, de otro lado, le confiere capacidad de influencia.
A pesar de las fisuras que este tipo de enfrentamiento interno causa, Toledo prefiere estas disputas antes que las alianzas con otras fuerzas políticas o la llegada de invitados independientes. Su extrema desconfianza lo hace optar por un clima interno conflictivo pero que no pone en duda su ascendencia sobre el partido. Finalmente, ninguno de los políticos ambiciosos mencionados tiene larga trayectoria y sus méritos no podrían entenderse sin un contexto en el que ha prevalecido la volatilidad de las cúpulas partidarias y la autoridad férrea del “candidato natural”.
El otro cupo de la plancha está separado para un representante de la vieja guardia chacana. Se dice que entre Thais, Ayaipoma y Mora saldrá el otro de la terna.
Un partido express
Un ex presidente cree saber lo que el país requiere. “El Perú necesita seguridad”, eleva la voz Toledo apoyándose en una mesa, mientras su comité político asienta. Aunque estudios de opinión sustentan que existen otros temas más afines al candidato –como, por ejemplo, políticas laborales y descentralización–, él porfía en el error a nivel de capricho. Toledo no confía en las encuestas, en los asesores (desechó todo lo que le habían preparado para CADE), en los periodistas (sobre todo de El Comercio). Por eso, uno de los pocos espacios en los que permite consultorías es la parte técnica-publicitaria y la movilización política.
A nivel publicitario, el venezolano Aquiles Esté estuvo comprometido con el lanzamiento de la campaña, pero acaba de ser reemplazado por un profesional nacional de mayor confianza (y menor salario).
Además, en agosto de este año llegó a Lima el consultor venezolano Pedro Silva, “experto en contacto directo y movilización”, según reza su página web. Su perfil calzaba perfectamente con las necesidades de una arena poscolapso partidario (donde los partidos carecen de enraizamiento social), aunque asuste a los politólogos por la sinceridad con la que propone clientelismo y coerción electorales: “[En el día de la elección] ofrecemos un proceso integral para lograr que la gente vote, y se pueda monitorear en tiempo real quién ya lo ha hecho, así como animar a los que todavía no han votado”, reza la descripción de su promesa profesional.
Silva recorrió zonas marginales de San Juan de Lurigancho haciendo una demostración de sus “estrategias innovadoras”. Primer paso: difundir –a través de parlantes móviles– conversaciones coloquiales en las que se evalúan los desempeños de ex presidentes (entre ellos Toledo). Segundo paso: identificar, puerta por puerta, las personas que recibieron positivamente los mensajes y que sean capaces de reaccionar proactivamente en la defensa del líder de Perú Posible. Tercer paso: cultivar la fidelidad de estos “toledistas duros” a través de llamadas telefónicas, mensajes y presentes, articulando así una suerte de núcleos chacanos que influyan en la opinión pública de sus respectivos entornos sociales. El resultado: un partido express.
A pesar de la convincente metodología, Silva no fue contratado por salirse del presupuesto. Pero la práctica quedó: en los meses venideros, el aparato de organización montado por el jefe de campaña Luis Rodríguez desarrolló la técnica ‘in house’. Rodríguez ha ascendido de movilizador regional al encargo nacional. Hace dupla con Luis Alberto Chávez –uno de los más leales a Toledo– y se apoya en Augusto Wong y Amador Hurtado, cabezas de las campañas en Lima y regiones, respectivamente. Son los esfuerzos de este grupo los que quizá más contribuyen a sedimentar ese 5% de intención de voto que subsiste, a pesar del alto desprestigio, de la austeridad de recursos y la deambulación programática.
The Hangover 5
En la última CADE, Toledo prometió que, de ser elegido presidente, “continuará la fiesta”. Luego de cinco campañas, al menos su partido vive una situación de resaca permanente. No termina de recuperarse de la noche anterior, cuando arremete la siguiente juerga electoral. No haber cultivado un partido, sino haber insistido en el facilismo del vehículo personalista, parece ser el origen de sus principales males: falta de equilibrio en la toma de decisiones, disputas internas entre los liderazgos intermedios emergentes e improvisaciones para movilizar durante la campaña. Toledo no ha sabido ubicar el jarrón chino de su propia condición de ex presidente en algún lugar de su proyecto político que no estorbe su futuro. Si acaso, tiene uno.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) diciembre 19, 2015