La ministra de Justicia y Derechos Humanos, Ana Teresa Revilla. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
La ministra de Justicia y Derechos Humanos, Ana Teresa Revilla. (Foto: Anthony Niño de Guzmán)
Erick Sablich Carpio

La desafortunada reacción de la ministra de Justicia y Derechos Humanos, Ana Teresa Revilla, a las preguntas formuladas el 24 de diciembre por un periodista en relación con el cruento feminicidio de Jesica Tejeda y el asesinato de 3 de sus hijos en El Agustino (“Lamento fastidiarlo, pero, en verdad, hoy en día y en este momento estoy en pleno momento de Navidad”) ciertamente revelan, como ella misma ha admitido, inexperiencia política.

El déficit quedó plenamente acreditado en la entrevista que concedió seguidamente a El Comercio en lo que en apariencia constituía un ejercicio de control de daños y que incluye una serie de improbables aseveraciones que es difícil no citar por su eficacia para ilustrar la envergadura de los yerros: “Estaba caminando y de repente me abordan [se entiende, los periodistas], y te asusta. Una situación así es de susto. Estás en el Centro de Lima y hay un grupo de gente que te rodea. Tú no escuchas [...]” o “En ese momento estaba totalmente asustada. Por favor, 24 de diciembre a las 8 de la noche, después de la misa de Navidad […]”; o, para finalizar: “Claro, pero no me la esperaba [la pregunta sobre el feminicidio que había conmovido al país y dominado el ciclo informativo]. Ahora, obviamente, voy a tomar conciencia de que no importa que sea un oficio religioso, el 24 a las 12 de la noche o esté comprando en el mercado”.

Sin poner en tela de juicio las buenas intenciones de la señora Revilla y la sinceridad de sus disculpas, de sus explicaciones no se llega a entender si le asustaron los periodistas, caminar por el Centro de Lima de noche o si realmente acaba de caer en cuenta de que el horario de trabajo de un ministro de Estado es 24x7. Tampoco es fácil inferir por qué la misa navideña habría de nublar su capacidad para analizar e informar sobre asuntos que atañen a su sector.

No se trata aquí de hacer leña del árbol caído. No creemos que este incidente deba generar la remoción de la ministra y de hecho es una lástima que haya alejado la atención del sector Interior respecto del tema de fondo (incluyendo la ‘oportuna’ puesta en escena de la captura del presunto agresor sexual Adolfo Bazán Gutiérrez). No obstante, es imposible dejar de subrayar los gruesos errores de comunicación y manejo político y trasladar las inquietudes sobre este campo al Gabinete en general.

En este sentido, la instalación del nuevo Congreso asoma como una oportunidad –tal vez la última– para que el presidente Vizcarra convoque a personalidades con experiencia y peso político propio. E idealmente, no solo con capacidad para comunicar, sino para gestionar las carteras a su cargo.

Hasta el momento, Vizcarra ha preferido asumir, con inusual preponderancia, el rol de vocero político del Gobierno. Esta estrategia, sin embargo, parece rendir menos frutos ahora que el fujimorismo ha perdido fuerza y protagonismo. Considerando que entra al último tramo de su gestión, quizá sea el momento de evaluar su pertinencia.