El 2019 se va en breve. Un año intenso, sin duda, y de una tesitura muy particular que podrían convertirlo en un parteaguas o una reincidencia. Parteaguas porque el dramático desenlace del 30 de setiembre podría haber sido el inicio de algún rumbo que se trace.
Pero las semanas pasan y la modorra va asentando la reincidencia: una repetición de cháchara vacía y bienintencionada, sin un sustento que responda la demanda de justicia que prevalece en la población.
La disolución del Congreso fue sin duda el hito más importante del año. Luego de la medida, la popularidad del presidente Martín Vizcarra subió 31 puntos porcentuales. Tras el 5 de abril de 1992, Alberto Fujimori subió 28 puntos porcentuales. Ni siquiera la desolación que caracterizaba al Perú de los inicios de los 90, que no terminaba de salir de la crisis política y económica, fue superior al hartazgo que parece haber acumulado la tensión política del último trienio.
Pero el apoyo a Vizcarra fue claramente pasajero y pronto regresó a las cifras previas. Según El Comercio-Ipsos, el presidente cierra el año con 56% de aprobación, 10 puntos porcentuales menos que en diciembre de 2018 (66%), cuando disfrutaba del espaldarazo que significaron las buenas cifras del referéndum.
La cifra del último mes del año es mayor en ocho puntos que la de setiembre, previa a la forzosa interpretación auténtica que significó la “negación fáctica” de la confianza a la que Martín Vizcarra hizo referencia en su mensaje a la nación del último día de ese mes.
Por lo demás, Vizcarra parece administrar su gestión entre el viaje interprovincial y las arengas con que acompaña la reacción al tema coyuntural. El modo como trató el incidente originado por las desatinadas y torpes declaraciones de la Ministra de Justicia, Ana Teresa Revilla, grafica con precisión que al presidente le interesa poco pelear por su equipo, salvo que el integrante se apellide Trujillo: la reserva leal para tratar un problema que atañe a una colaboradora de su gobierno fue desplazada por una frase tribunera: “vamos a ver el tema específico de estas declaraciones que no las aceptamos”. Así, Vizcarra parece privilegiar la búsqueda del titular favorable en vez de superar un problema que no pasa de ser un grosero dislate.
En el pasado, Vizcarra ha optado por deshacerse de ministros que le puedan significar algún peso. En lo que va de su gestión (21 meses), Vizcarra ha realizado 36 cambios ministeriales, incluyendo las renovaciones de primer ministro y los cambios que acarrean. Entre ellos, Trujillo es el único en el que se persiste, sin que su primera gestión haya significado grandes luces.
Despojado de las molestias que originaba el disuelto Congreso, el Vizcarra del 2019 podría bien resumirse en las horas que pasaron entre la advertencia de la noche del domingo 29 de setiembre y la concreción de la disolución del Congreso, al día siguiente. Tras ello, el gobierno se ha instalado en una modorra en que reina la reiteración obstinada y vacía. Tiempos necios, que le dicen.