El conflicto ha radicalizado a un sector duro de la derecha boliviana que ha desbordado a la derecha más democrática. (Foto: Reuters)
El conflicto ha radicalizado a un sector duro de la derecha boliviana que ha desbordado a la derecha más democrática. (Foto: Reuters)
/ DAVID MERCADO
Eduardo  Dargent

Analizar lo que pasa en dejándose llevar por las simpatías o antipatías a y su gobierno no ayuda a entender una situación llena de grises y actores que no son tan homogéneos como se sostiene. Algunas ideas sobre temas complejos que creo merecen una mirada cuidadosa para no simplificar.

Primero, Morales sí tiene una responsabilidad considerable en la crisis actual, pues esta guerra estaba más que avisada. Al intentar una reelección inconstitucional Evo empujó la situación al extremo, aun cuando ya tenía claros antecedentes de su debilidad. El referéndum en el que se le negó la posibilidad de postular a un período adicional era ya una señal clara de su creciente debilidad y las fracturas que enfrentaba en su propia coalición.

Y sin embargo Morales pisó el acelerador. Fue incapaz de permitir, o ayudar a construir, otros liderazgos en el MAS. La reelección ya era un error, pero su manejo de las sospechas de fraude fue suicida. Decir que no había quien pudiese reemplazarlo en el MAS, una organización con múltiples liderazgos, es ridículo.

Segundo, más allá de estos antecedentes, es claro que la salida de Morales se dio por presión militar y ese es un hecho que marcará el desarrollo de lo que venga. Morales había anunciado nuevas elecciones, todavía había espacio para una salida negociada que siguiese cierto rumbo constitucional. Difícil, claro, pero posible. Al final todo se precipita por el pedido de renuncia de los militares. Para mí, golpe.

Tercero, este conflicto no se divide tan claramente en izquierdas y derechas. Quienes protestan no son sectores de derecha comprados o manipulados, como se sostiene con increíble facilidad. Hay actores muy diversos, incluso algunos que fueron parte de la coalición del MAS. El camino que desde la derrota en el referéndum tomó el MAS, ya antes abusivo, fue peor. Incluso contra sus aliados.

Sin embargo, sí es cierto que el conflicto ha radicalizado a un sector duro de la derecha boliviana que ha desbordado a la derecha más democrática. Tras la primera elección de Evo Morales surgió un clivaje territorial muy fuerte representado en el conflicto entre La Paz-Santa Cruz. Morales fue luego capaz de reducir con abundante pragmatismo este clivaje, cortejando al empresariado cruceño y apartándolo de grupos autonomistas, algunos radicales y racistas.

Hoy estos grupos revitalizados se han atrevido a entrar al bastión del MAS abriendo la puerta a un conflicto de proporciones nacionales. Sin posibilidad de triunfo en elecciones generales, sí estamos frente a una fuerza regional potente. Y es evidente que La Paz y El Alto, entre otras regiones afines al MAS, no tolerarán un retroceso en una serie de políticas igualitarias y reivindicativas.

Entender esta complejidad puede ayudar a pensar puentes, hoy muy poco probables, que puedan reencauzar la situación hacia elecciones legítimas. Por un lado, la centro-derecha democrática haría bien en entender que el MAS es necesario para darle legitimidad a cualquier proceso electoral y gobierno futuro. Por otro lado, el MAS tiene el reto de defender una serie de reformas y la mejor manera de hacerlo es promover elecciones donde su todavía considerable popularidad pueda ganar representación. Un compromiso mínimo entre rivales que garantice que la disputa será electoral, no violenta, y los resultados ahora sí respetados.

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