Resulta inaudito cómo el Gobierno es incapaz de saborear sus propios éxitos. No habiendo pasado ni una semana desde que Pedro Cateriano obtuvo el respaldo del Congreso con 73 votos a favor, se abre otro flanco deslizando la posibilidad de que se haría “una cuestión de confianza” el pedido de facultades para legislar en materia económica y de seguridad ciudadana, y con ello no se descartaría el cierre del Congreso.
Fue Fredy Otárola quien, en un arranque de sinceridad, sostuvo que si bien el cierre del Parlamento –en caso se nieguen las facultades--, es un escenario que no se descarta, aunque no es lo deseable, dejó entrever otra posibilidad que resulta aun más grave: “lo que sí motivaría tomar esa medida, en mi opinión, es que se sigan, sin justificación alguna, tumbando gabinetes como el de Ana Jara”.
Otárola no es nuevo en política, ni mucho menos un desconocido en el Partido Nacionalista. Ha sido presidente del Congreso y ministro en dos carteras distintas, por lo tanto no habla a título personal. No debe ser una idea que se le haya ocurrido de la nada, sino algo recogido en alguna conversación de alto nivel.
Ya el lunes la oposición advertía que intentar amarrar el voto de confianza a la investidura era una “trampa” y así lo han venido repitiendo, es decir, no entrarán al juego de “la confianza”, bajo la amenaza del cierre del Congreso.
Si bien el presidente se apresuró en afirmar que prefiere no especular con esta posibilidad, afirmaciones como las de Otárola, y el tibio deslinde del mandatario, son preocupantes pues dejarían entrever ese doble discurso que petardea la acción del primer ministro.
Vale la pena recordar en este contexto, que cuando Humala nombró a Cateriano, este se apresuró en dejar en claro sus convicciones: “Debemos respetar escrupulosamente la Constitución, es decir, el presidente Humala tiene que cumplir con su mandato presidencial. Para ello fue elegido, de acuerdo con lo que establece la Constitución. Por lo tanto, también que los congresistas cumplan con su período legislativo”.
Esperamos que el primer ministro pueda desactivar estas minas sembradas por el nacionalismo, tal como lo hizo el lunes en el Parlamento, cuando el congresista Santiago Gastañaduí puso en peligro la investidura al Gabinete al plantear ligar la aprobación de facultades legislativas al voto de confianza.
Más allá de que las declaraciones de Otárola resulten siendo al final una anécdota o un dislate más a los que ya nos tiene acostumbrados el nacionalismo, es peligrosa la miopía política de quienes deben acompañar al Ejecutivo en el logro de sus objetivos. Si ya era difícil conseguir los votos para la delegación de facultades, después de este chantaje resulta poco más que imposible.
Como se ve, el reto del primer ministro no solo es dialogar y alcanzar consensos con las fuerzas de oposición –que ya le dieron su confianza–, parece que el trabajo más arduo lo tiene al interior del partido de gobierno, que no hace más que dispararse a los pies y complicarle la vida.
Queremos pensar bien y convencernos de que esto solo obedece a impericia política, y no a un descabellado plan autoritario que implicaría además, sabotear a un primer ministro al que quizás más de uno no le perdonaría el éxito.