Lo que nos falta, ser una nación; por Juan Paredes Castro
Lo que nos falta, ser una nación; por Juan Paredes Castro
Redacción EC

Estamos a 35 días de elegir un nuevo gobierno, en un Estado hecho a salto de mata, en una república de instituciones precarias y en una nación que no hemos empezado a construir de verdad.

Valgan las mayúsculas para distinguir nuestros peligrosos abismos como país que aspira a escalar posiciones más allá de su todavía incierto desempeño en el Tercer Mundo.

Si nuestras profundas brechas sociales, raciales, culturales, psicológicas, políticas y económicas no han hecho posible que construyamos la nación de la que patrioteramente nos llenamos la boca, además de que como “ciudadanos sin república”, como nos llama Alberto Vergara, tampoco hemos hecho un merecido esfuerzo por reconocer su ausencia, ¿cómo tendríamos que forjar un Estado en ese enorme vacío, y, peor aun, cómo tendríamos que hacer gobierno en o con un Estado casi inexistente?

A estas complejas interrogantes, en lugar de simplonas acusaciones mutuas, debieran estar respondiendo y , con propuestas inteligentes, abiertas, viables, dialogantes, debatibles, concertables, inclusivas, que nos devuelvan, por polémicas que sean, el sentido de nación e institucionalidad perdidos; que nos alejen de la intransigencia, del rencor, del sectarismo, de la revancha, de la verdad única y excluyente, con sus arrebatos de autoritarismo similares a aquellos otros del pasado fujimorista que no queremos ver de retorno; y que nos acerquen, mediante puntos fijos y denominadores comunes, a las bases de un proyecto institucional democrático maduro que ninguna transición ha podido darnos hasta hoy.

A propósito, el elevado y vehemente rechazo a la alternativa fujimorista en la primera vuelta electoral no pudo impedir que obtuviera la aplastante mayoría parlamentaria que ya conocemos. La doble pregunta aquí es si ese mismo elevado y vehemente rechazo va a poder impedir, en la segunda vuelta, la victoria presidencial de Keiko Fujimori; y si no fuera así, cuán preparados están sus adversarios más radicales para aceptar civilizadamente el resultado antes que convocar al tumulto insurgente en las calles, contra todas las reglas democráticas que nos han llevado a todos los votantes a la actual encrucijada electoral.

Con todo el extendido déficit democrático que caracteriza a nuestra sociedad, esta no desearía ni admitiría jamás el retorno al autoritarismo delincuencial del 90 al 2000. De ahí que nada obliga más a Keiko y al fujimorismo que deslindar día a día, hora a hora, con las sombras de su origen, y a hacer de la rehabilitación de la democracia y las instituciones una cruzada de honor y expiación, sin demora, desde estos mismos días de campaña electoral, en que las emociones y pasiones parecen enturbiar la razón de los más llamados a usarla.

Fujimori y Kuczynski deben tener claro, desde ahora, que la presidencia a la que aspiran es más ficticia que real, en la medida que las funciones de Gobierno y Estado carecen de un deslinde definido y tienen de por medio un cargo de “primer ministro” que ha demostrado ser todo y nada al mismo tiempo.

¿Y cómo habrá de ser finalmente para ambos la gestión entre el Estado unitario y la autonomía de los gobiernos regionales, actualmente quebrada?

Más que los votos en afiebrada disputa están los intereses en frío del país, que no parecen ser los protagonistas centrales de la contienda electoral.  

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