Francisco Sagasti asumió la presidencia de la República el último martes. (Foto: Presidencia)
Francisco Sagasti asumió la presidencia de la República el último martes. (Foto: Presidencia)
/ Tarqui Palomino
José Carlos Requena

Los primeros gestos del presidente han sido alentadores. Esperemos que el tono se mantenga en la breve presidencia que le toca, que tendrá —por su naturaleza temporal y política— una agenda muy acotada.

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Las difíciles circunstancias que vivió el país desde la noche del lunes 9, que costaron la vida de los jóvenes manifestantes Inti Sotelo y Jack Pintado y dolor en muchas más familias, terminaron de precipitar el final del pacto tácito forjado tras la caída de Alberto Fujimori, hace veinte años.

El presidente se refirió también a la exaltación que dominó la política en los últimos años, cuando cualquier esfuerzo de acercamiento no era más que una ocasión para la foto de rigor, mientras las rencillas seguían apilándose, acicateadas por los extremos. “Durante el último quinquenio, la política ha sido muy destructiva y, muchas veces, los diversos actores políticos no han actuado como contendores, sino, como enemigos irreconciliables”, dijo Sagasti la tarde del martes 17, ante el , donde varios de sus hoy excolegas no son ajenos a esta descripción.

Ante tal panorama, Sagasti propuso un acercamiento resumido en un pasaje de su discurso, con referencias al bicentenario: “Debemos remediar esto con urgencia, dejando de lados rencores y resentimientos, aceptando que es indispensable trabajar juntos, y reconocer que solo con humildad y generosidad podremos reiniciar nuestra travesía por un camino que intuyeron los próceres de nuestra independencia: fundar una república de iguales, que reconozca nuestra identidad diversa y pluralista, pero integrada por un propósito común: la libertad, el bienestar y la prosperidad para todos y todas”.

Si la composición del Gabinete es coherente con el ánimo mostrado por Sagasti en sus primeras apariciones, el Ejecutivo no será —necesariamente— una fuente de enfrentamiento. Además, la solvencia que caracteriza a varios de los nombres voceados hace que la acotada agenda de Sagasti tenga un buen soporte. 

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No serán, necesariamente, tiempos de paz. No debe olvidarse que el mismo Congreso que vacó a es el que luego ha ubicado en el sillón de Pizarro a Sagasti. De hecho, los votos para vacar a Vizcarra fueron más que los que logró la lista única que lideró Sagasti: 105 versus 97. Tanto el voto de investidura como el debate de la ley de presupuesto darán un pantallazo de lo que puede esperarse en los próximos meses.

La calle activa seguramente persistirá, como un elemento adicional de presión que no se debe perder de vista en una política tan desestructurada como la peruana. El proceso electoral en marcha podría canalizar algunas de las demandas ya verbalizadas. Pero habrá que ver si habrá suficiente cauce.

Como hace veinte años, cuando Valentín Paniagua inició una transición (que años después, a decir de Alberto Adrianzén, se manifestó inconclusa), Sagasti inicia ahora un tránsito que debería guiar a un nuevo acuerdo político sobre el que se base el Perú del bicentenario. 

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