(Ilustración: Giovanni Tazza/ El Comercio)
(Ilustración: Giovanni Tazza/ El Comercio)
Fernando Vivas

La crisis es durísima. Amputados tres años de mandato, trauma, ‘shock’ y la judicialización de todo su paso por la política, o sea, de su vida. Lo acompaña cierta negación de la realidad, ya no alimentando la soberbia del poder, sino como un mecanismo de defensa para no abatirse del todo. Nancy Lange está de viaje en EE.UU., atendiendo, entre otros asuntos familiares, a Susy, su única hija con él. El entorno más íntimo ya no le da consejos con la coartada de “esto es lo mejor para el país”, sino que le dice, por fin con franqueza: “Pedro Pablo, esto es lo mejor para ti”.

Ese es el retrato del hombre derrotado. Pero la sigla todavía puede pensar en otra vida: inscripción vigente en la ONPE, 680 comités distritales, alrededor de 140 provinciales y 25 regionales, a la espera de un plenario (un importante dirigente dice que pudiera realizarse a principios de junio) para establecer institucionalmente cómo diablos encaran las próximas elecciones, cómo definen lo que pasó en estos dos años y con qué cara y tras cuántas bajas se van a llamar PPK después de todo lo que pasó con PPK.

—Con la P de...—
Por supuesto, los líderes del partido no esperarán a junio para tomar decisiones. Ya están pensando en algo tan elemental como cambiarse de nombre para que su referente no sea un ex presidente en aprietos extremos.

La idea de renombrarse no es nueva. Les rondó buena parte del 2017, cuando el partido pensó, seriamente, en romper palitos con el gobierno. Se sentían ignorados por los tecnócratas y enviaron a PPK públicas señales de que, si proseguía el desaire, tomarían su propio rumbo. Irónicamente, se amistaron cuando era muy tarde, unas semanas antes del primer intento de vacancia.

Luego de frustrarse la vacancia, con Gilbert Violeta a la cabeza, reclamaron su cupo –temerariamente– en el último Gabinete. PPK y Meche Araoz les dieron el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis), de modo tal que el partido, a través del ppkausa Jorge Meléndez, apareció inscrito en el aparato del Ejecutivo. Sin embargo, hay que hacer notar que, hasta ahora, las denuncias de compra de votos involucran a kenjistas y funcionarios de gobierno ajenos al partido.

El rebautizo es, pues, casi un hecho y PPK ni resentiría el golpe, pues varias veces dijo que la idea de la sigla homónima no le hacía gracia. Un dirigente me contó que estudian una alternativa intermedia: quitar la ‘K’ de Kambio. Pero quedaría un ‘PPC’ ya ocupado. Lo más probable es que lo rebauticen sin hacerse más bolas.

Las bolas sí se las hacen cuando reparan en que el estigma del gobierno derrotado durará más que los dos años del poco disfrute que les permitieron los que dominaron el Ejecutivo. El partido, tras el triunfo del 2016, invitó abiertamente a enrolarse a todos los ppkausas independientes, incluyendo, por supuesto, a Martín Vizcarra, quien fue jefe de campaña.

Por cierto, Vizcarra había reemplazado a Violeta en ese rol, en parte –según me dijo Violeta en una oportunidad– porque los aportantes, invitados y los aliados se sentían más cómodos teniendo lejos al aparato partidario. Para PPK, el partido fue apenas un soporte electoral, nunca se sintió a gusto con él, y lo delegó a Violeta. La élite que lo rodeó tampoco lo quería. Por eso, no respondieron a la invitación a militar. Por el contrario, militantes que tomaron puestos importantes de gobierno, como Alfredo Thorne y Fiorella Molinelli, pidieron licencia y no volvieron.

—¿Segunda fase de qué?—
El martes pasado, el presidente Vizcarra recibió a la bancada ppkausa. La reunión la promovió Violeta, pues sus colegas querían saber si seguirían siendo o no una bancada oficialista, tras tanto refregar al nuevo presidente el argumento de la deslealtad a PPK. Esta preocupación era similar en los congresistas del partido (además de Violeta, Jorge Meléndez, Janet Sánchez, Alberto Oliva y Clemente Flores) y en los invitados, como Juan Sheput, Guido Lombardi o los propios Mercedes Araoz y Carlos Bruce, bajados al llano.

Según me contaron dos asistentes, Vizcarra les dijo que esta era una nueva etapa del proyecto que ganó en el 2016 y que reivindicaba el plan de gobierno, pero que su estilo será distinto y necesitaba dar señales de ello. O sea, los quiere de su lado pero tiene que hacer, de cara a las otras fuerzas y al país, un visible corte con el pasado reciente. Una mención aparte para Salvador Heresi: no participó de los esfuerzos por salvar a PPK y tuvo un ocasional contacto con Vizcarra. Pero mantiene la secretaría general y –lo he confirmado con ambos– está de acuerdo con el presidente Vizcarra en los retos reseñados.

El drama ppkausa va más allá de este gobierno y de cuánto espacio ceda Vizcarra a la agenda de fujimoristas, apepistas y apristas en desmedro de su bancada. El mayor drama es la angustia de no saber cuánto los alcanzará la justicia si acaban enredados en el plan de inducción de votos fujimoristas o en algún exceso judicializado del pasado gobierno; ni cuánto los afectará el estigma de PPK en sus ambiciones electorales próximas. Tal vez, el impacto sea tal y el entusiasmo y recursos humanos para refundarse queden tan mermados que hibernen las elecciones de este año. O se aferran a una alternativa de renovación, prestando su inscripción a un tercero con viada.

Antes de perder el ímpetu, en el 2017, el partido atrajo a nuevas figuras como Daniel Córdova y Rómulo Mucho, que se apartaron cuando estallaron las denuncias contra PPK. Hasta los más acérrimos ppkausas podrían protagonizar una diáspora, si el partido no da señas de vida autónoma más allá de la del fundador que nunca les profesó cariño, que tan solo los quiso como un accesorio para llegar al poder.