(Foto:  Agencia Andina)
(Foto: Agencia Andina)
José Carlos Requena

Gran parte de los nudos actuales provienen de un aparente ánimo autodestructivo: el rechazo que despiertan en el ciudadano común los políticos profesionales. En ello, el actual milenio es heredero de la antipolítica surgida en los noventa.

Martín Tanaka describía al Perú del período 2000-2005 como una “democracia sin partidos” (IEP, 2005). Hoy el país parece preso de una política sin políticos.

La política –la aspiración a participar en el poder– no debe entenderse como permanente concesión. Por el contrario, cuando la política realmente produce cambios perdurables y positivos, se apoya en convicciones e ideas claras.

Al decenio en que se apabulló a la “partidocracia” –como la llamó – le siguió un período en que los partidos acumularon un aprendizaje muy limitado. Cuando el autoritarismo en el poder fue desplazado por la democracia imperfecta, el rol de los políticos y los partidos fue desdeñado.

Primaron los aventureros. Ello puede verse en la perdurabilidad de los proyectos de quienes ocuparon la presidencia. El partido del extraditable solo logró dos curules en el Parlamento que le siguió, y nunca tuvo otro candidato presidencial que no fuera él mismo. Ollanta Humala ni siquiera tuvo candidaturas congresales en el 2016; hoy el Partido Nacionalista languidece. Pedro Pablo Kuczynski fundó un partido cuyas siglas provenían de un horror lingüístico, Peruanos por el Kambio (PpK), que hoy, con nuevo nombre, parece una agrupación casi fantasmal.

parece muy cómodo sin tener partidos o políticos a su lado. Aunque sus rivales vean en su afán plebiscitario un ánimo dictatorial, sus aspiraciones –huérfanas de legado– parecen no trascender la expectativa de la simple victoria coyuntural.

Aun el extinto Alan García, político casi desde el vientre, parecía ver sin mucho entusiasmo este quehacer como un conjunto de cualidades que Max Weber entendía como decisivamente importantes: la pasión, el sentido de responsabilidad y la mesura (“El político y el científico”, 1919).

Los políticos son necesarios. De hecho, han sido fundamentales para superar crisis. Lo que vino después de la renuncia a la distancia de Fujimori en el 2000 fue negociado entre políticos. La sobrevivencia de Toledo, a pesar de sus anémicas cifras de aprobación y su frivolidad, fue lograda por políticos en el oficialismo y la oposición que actuaron con mesura.

La renuncia de Kuczynski fue administrada por un número reducido de políticos. Más recientemente, la solución a la crisis planteada por la presentación de la cuestión de confianza fue superada con el concurso de políticos, como lo narrara Fernando Vivas (El Comercio, 8/6/2019).

“El político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso, de la mesura frente a sí mismo”, escribía Weber en el texto ya citado. Pocos políticos peruanos han superado tal batalla; hacen, así, que la política peruana opte por vivir sin ellos.