Contesta desde Washington, pues está de investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown. Aprovecho para preguntarle por el ‘feeling’ de las ciencias políticas –“la calle está dura para nosotros”, bromea– sobre Trump. Alberto Vergara admite sin atenuantes la turbación de la academia, pero es desde ese metódico y confeso desconcierto, que, cuando ya entramos en materia nacional, salen los chispazos de provocación y de lucidez, y los disparos hacia todo lo que no se ubique en el centro perfecto.
—PPK ha aumentado su popularidad. ¿Méritos propios o porque se resquebrajó la solidez fujimorista?
El repunte se debe a la manera en que reaccionó frente al desastre. Hubo imagen de autoridad de los ministros en un país que reclama autoridad a gritos. En un país que lleva 20 años siendo administrado y no gobernado, estos episodios de gobierno se reconocen. Ahora creo que las cosas tienden a volver a su cauce normal.
—¿O sea, tras los huaicos del desastre, el huaico de aprobación y luego el cauce normal de desaprobación?
Es lo que tendería a creer. La vida política peruana es como un infinito ‘déjà vu’. Los huaicos fueron para PPK lo que fue la desaparición de Guzmán en la primera vuelta y las denuncias de la DEA en la segunda. Cuando se está descalabrando suele surgir algo que lo salva.
—¿Y Keiko por qué no ha repuntado? ¿Sus diferencias internas, no saber responder al reto del indulto?
Es bien difícil en el Perú construir una aprobación y un perfil presidencial desde la oposición y desde el manejo del Congreso. Es una institución muy devaluada y ser oposición no te da mucho rédito. Ante una emergencia todos los focos estaban en el presidente. El ánimo de la campaña se ha prolongado y al fujimorismo le ha tomado mucho tiempo hacer el duelo. A los duelos siguen las disputas por la herencia.
—Y si hablas de herencia, hablas de un legado, de identidad. ¿Ahí está el problema?
Yo diría que más que un problema de identidad ha sido ir en contra de una gran institución nacional, que es ‘el que se pica pierde’. El país no celebra la piconería. Es difícil construir una imagen propositiva a partir de ahí.
—Si desde el Congreso es difícil forjar una imagen, ¿podrían hacerlo desde el partido, desde la acción directa de una lideresa ahora muda?
Ha demostrado que no habla hasta cuando tiene un problema serio. Es la táctica que le ha permitido estar en dos segundas vueltas y perderlas. Ahí hay un problema de construcción de liderazgo. No sé si es un problema de identidad; el fujimorismo es hoy esencialmente la caja de resonancia de un archipiélago de intereses particulares legales, informales, ilegales, que buscan que el Estado no se meta en su negocio. Es una fuerza contraria al Estado de derecho.
—Entonces sus bases expresan ese Perú informal e ilegal.
Pero menos que sus aportantes. No culparía al ciudadano que efectivamente vive en ese país informal, que es volátil, puede ir de un lado a otro. Quienes apoquinan al fujimorismo lo definen mucho mejor que sus votantes. Es difícil construir un discurso nacional a partir de ahí.
—¿Dificultad que también es la del Ejecutivo si no se resiste a lobbies de sectores menos informales?
Obviamente, son presiones que van a llegar al gobierno también. Pero tienes muchas iniciativas anticorrupción, institucionales, a las que se les baja la llanta en las comisiones del Congreso.
—Otros intereses que tensionan al fujimorismo son los de los conservadores.
No solo al fujimorismo, al gobierno también. Me apena la poca decisión de respuesta frente a peticiones arcaicas. El fujimorismo de los 90 no era cucufato, llegó con planificación familiar y hasta esterilizó industrialmente. Este nuevo fujimorismo conservador pro vida, ¿de dónde?
—Hablemos de otros actores que tienen que ver con la política, los tecnócratas. ¿Ha aumentado su importancia con PPK?
En ese debate en el que participas, tengo la impresión de que en el Perú se está definiendo tecnócrata como ‘pituco que está de pasadita por el Estado’. Me parece muy bien la construcción de una tecnocracia y de una burocracia. Jaime de Althaus dice que estos cuadros pueden ser el inicio de un estado weberiano, profesional. Pero lo que se nos está pasando en este debate, es que si vienes del sector privado y pasas a un ministerio, no eres un tecnócrata, eres un privado en el sector público.
—No se nos pasa cuando vemos los últimos escándalos y apuntamos a las puertas giratorias.
Eso es otra cosa, mi punto es que este es un gobierno que más que consolidar la tecnocracia ha dado impulso a cuadros del sector privado. Y ese no es el Estado weberiano que defiende mi amigo Jaime. El gobierno debe entender que no se le eligió para ser gerente del país, sino para gobernar.
—Hay una obsesión del presidente para que el Perú entre a la OCDE. Eso sí obliga a planificar.
Por supuesto, hay sectores en que la continuidad, la planificación, está presente. Es parte de la desigualdad inherente al Estado.
—¿Qué se puede esperar de la izquierda? Su bancada se partió en dos.
La izquierda ha probado que puede estar junta pero no unida. Si no puedes administrar una bancada de 20, no puedes ser gobierno, pues. Y me da la impresión que ante la relevancia que ha adquirido el Congreso, Mendoza va perdiendo liderazgo, porque no está ahí.
—El futuro del Perú pinta mejor que el de la izquierda, ¿no?
El país reclama un centro político más fuerte, más organizado, más representativo, más liberal con algo de socialdemocracia. Una centroderecha es claramente lo que requiere el país. En alguna época yo creía que era posible construir ese centro jalando la izquierda hacia él, hoy me parece que es imposible. El proyecto debería ser jalar a sectores liberales que gracias a este gobierno también están viendo que el fujimorismo no es hermano de ellos y no hay por qué ser complacientes ni aliados.
—Esta idea de jalar al centro a la derecha, ¿incluye sectores del fujimorismo o lo ves indivisible?
Indivisible no, pero no me parece compatible con lo que estoy planteando. Iván Hinojosa hace 20 años publicó “Sobre parientes pobres y nuevos ricos” y explicaba que la izquierda legal nunca fue drástica en condenar a Sendero porque los consideraba parientes pobres. Yo siento que en el gobierno hay mucha gente que considera al fujimorismo un pariente pobre y dice: “Pucha, cómo nos vamos a pelear por la ideología de género, por Basombrío, si en el fondo son nuestros parientes pobres”. Mientras no rompan esa concepción del fujimorismo como pariente pobre del liberalismo en el Perú, no vamos a progresar, no tendremos un vuelco institucionalista en el centro. Y quiero agregar sobre las censuras, en especial la que pesa sobre Basombrío, que me parece un crimen que en un sector abandonado por décadas, como Interior, y a un ministro que da resultados, lo saquen por caviar y por pleitos de colleras políticas. Han bajado de 29% a 21% los delitos contra empresarios, debieran defenderlo y dar la pelea. Pero el gobierno dice: “Ya conseguiré otro gerente”.
— En resumen, jalar hacia el centro.
Pero no a un centro vaporoso, etéreo, que está en el mundo de las ideas y a la hora que hay que pelear por ellas no haces nada, no opinas. Hay que tener agallas.