Jaime Bedoya

La vida privada, especialmente la ajena, es terreno fértil para la envidia y el fisgoneo. Es entonces cuando toca saber distinguir entre el interés publico, una causa que a todos incumbe, y la curiosidad pública, esa reina y señora del morbo: el disfrute malévolo de la miseria de otros.

Por estos días electorales el epicentro del morbo está localizado en un pequeño pero rendidor departamento miraflorino en la esquina de Ocharán y José Gonzales. Un presunto nidito de amor que ardió en llamas y redujo a cenizas reputaciones. Aunque, digámoslo pronto, debe reconocerse que la auto combustión del señor Julio Guzmán no mejora ni un poquito la triste oferta congresal de sus adversarios.

Tiene razón el señor Guzmán cuando asevera que solo a su esposa le debe explicaciones. Y no la tiene quien alega que tenemos derecho a saber si ahí se consumó, entre cajas de tecnopor con comida y velas prendidas, un acto de infidelidad desenfrenada.

Pero si existe un tema ajeno al ámbito privado que supone un interés superior de la opinión pública. Este es el analizar la mecánica del fallido acto romántico vespertino. Millones de hogares peruanos, sea por amor o por fe, recurren a diario a esas velitas para iluminar sus ilusiones. ¿No habrá una moraleja inadvertida, una señal en los cielos, oculta en este extraño episodio pirosexual?

La sugerente y favorable luz de velas, aquella que dulcifica el paso del tiempo y perdona las imperfecciones, es un detalle significativo en este ritual de apareamiento. Tan absortos estaban de quererse verse el uno al otro bajo una mejor luz que no repararon en lo contradictorio del esfuerzo. A la hora del almuerzo, y en un departamento sin cortinas, la necesidad de decenas de velas encendidas solo la entiende alguien cegado por el amor. Benditos sean.

Esta incoherencia luminotécnica quiso ser compensada por el ánimo afrodisiaco del menú. Resalta en primer plano una contundente porción de lo que a primera vista parecía un arroz chaufa, legitimando la milenaria propiedad erótica atribuida al kión. Pero bajo una mirada mas atenta, y reconociendo lo más conveniente para efectos de la presente hipótesis, dicho platillo se revela como un tacu tacu, posiblemente marino. Un manjar digno de respeto dentro del marco íntimo del fornicio.

Añádase restos de un cebiche y una porción de choritos a la chalaca como un reto a las implicancias de la cebolla y el ají cuando los labios se juntan, cobardías aromáticas para el amante valiente. Copas de vino atestiguan la presencia del jugo de uva fermentado, acompañado de otros líquidos elementos como Inca Kola y Tampico, ese todo terreno amigo de las resacas y la coctelería recursera.

La anterior combinación culinaria genera de inicio una alerta circulatoria. El esfuerzo digestivo reclama una potente dotación de sangre, que es la misma energía sine qua non que requiere el cuerpo cavernoso del órgano viril para presentarse en majestad ante el mundo. Esto era más que un revolcón a media tarde. Era un alarde de apetencia carnal que desafiaba a la hidráulica eréctil.

Tras consultar una fuente científica solvente cuya identidad debe mantenerse a salvo de esta pesquisa incómoda, es posible establecer una idea de qué es lo que habría pasado esa tarde.

Quiso el destino que precisamente las consecuencias combinadas de ese menú – frejoles, cebiche, gas carbónico y algo de nervios- puedan haber sido el origen químico natural del fuego que devoraría la tarde, el departamento y una candidatura. Una flatulencia potente habría sido perfectamente capaz de hacer combustión indeseada con las velas de inocente propósito enamorador.

La frustrada descarga de un anhelo profundo explicaría el extraño desenlace de este infortunio gaseoso inmortalizado en video: correr y correr tras el deseo imposible que se nos escapa como un efluvio incontrolable. Debe entenderse que el amante es un hombre de gestos, de metáforas, un ser liberado del libreto de lo literal.

La imagen de un catre inmaculado y de sábanas vírgenes dan fe que esa infausta tarde ninguno de los presentes le vio la cara a Dios. Para decirlo sin eufemismos, el deseo fue derrotado por un pedo.

Es triste. Los románticos sabemos que hay nada que celebrar.

A poco más de dos cuadras del nido de amor se encuentra el formidable Lobo de Mar Otani, templo citadino del marisco y su vigor amatorio. Venden para llevar.

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