En la foto, la Piazza de Ferrari, la principal de Génova. Recibía al año casi un millón de turistas.
En la foto, la Piazza de Ferrari, la principal de Génova. Recibía al año casi un millón de turistas.
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Renzo Mejía Wall

Vivo en el casco antiguo de Génova, el más grande de toda Europa. Y llevo exactamente un mes y medio sin salir de casa. La cercanía con los dos principales focos infecciosos del país ha generado una atmósfera casi apocalíptica jamás vista en Liguria, una región acostumbrada a vivir de espaldas a todo y a todos, ajena al resto del mundo debido a su afortunada posición geográfica entre los Apeninos y el mar Mediterráneo. Los primeros casos confirmados de en Italia salieron a la luz el pasado 30 de enero; se trataba de dos turistas chinos. No fue sino hasta el 21 de febrero que se registraron oficialmente los primeros contagios de ciudadanos italianos en Lombardía y Véneto. En un período de más o menos tres semanas –período que calza perfectamente con el tiempo de incubación– el virus se había ya propagado a lo largo y ancho de la zona más industrializada de la península, dejando en vilo a la tercera economía más grande del continente.

Desde entonces, el premier italiano, Giuseppe Conte, ha generado una serie de decretos que han restringido paulatinamente la dinámica social y económica del país entero. El cierre de las regiones golpeadas por el virus desató una horda de personas que, presas del pánico, se abalanzaron a las estaciones de trenes para escapar a las ciudades del centro y sur, colapsando el sistema ferroviario. El Gobierno no tuvo más remedio que declarar la cuarentena general obligatoria y sacar al ejército a las calles.

El contagio en mi ciudad se ha desatado en buena parte por la irresponsabilidad generalizada de la población, y por la tardía reacción del Gobierno italiano en bloquear las estaciones de trenes y los accesos a las autopistas regionales. Muchos de los residentes lombardos que cuentan con casas de playa en los pueblitos a las afueras de Génova no han dudado en abandonar sus ciudades para resguardarse en sus residencias veraniegas. De igual manera, la falta de información respecto del virus, y el eurocentrismo tan típico del europeo promedio que subestima o minimiza todo aquello que ocurra fuera de los confines de la Unión Europea han sido factores cruciales que han desencadenado el aumento de casos positivos. Este patrón de “sálvese quien pueda” se ha podido apreciar también en los vecinos transalpinos que semanas atrás abarrotaban las estaciones de trenes de París huyendo a la campiña.

Desde la explosión de muertos a inicios de marzo (Italia cuenta al momento con más de 25 mil víctimas y casi 170 mil personas contagiadas, según el mapa global de casos de COVID-19 del Center for Systems, Science and Engineering at Johns Hopkins University) los ánimos han ido menguando cada vez más y más en la población italiana. Ya no nos saludamos desde los balcones a las 6 de la tarde para cantar el Inno di Mameli; ya no nos damos ánimos al medio día aplaudiendo, arengados por el tañido de las campanas de la Cattedrale di San Lorenzo, a los médicos en servicio; ya no apagamos las luces de casa a las 9 de la noche para, desde las ventanas, alumbrarnos con los teléfonos y gritar “Forza Italia! Forza Genova!”. Ya no tenemos ganas de nada.

Los cadáveres empiezan a rebasar la capacidad de los crematorios. El caos se manifiesta en todo su esplendor con las revueltas y amotinamientos en las cárceles, y con el incitamiento cibernético a saquear bancos y establecimientos. La amenaza del escupitajo se ha vuelto el arma de doble filo de los neuróticos asintomáticos desesperados por una cama libre en el primer hospital disponible. Así de risible, así de estúpido, así de tangible.

VIDA DETENIDA. Renzo Mejía vive en Italia desde el 2015. Acaba de publicar la novela Hábitat en Ciudad de México, con el sello Textofilia Edicio- nes.
VIDA DETENIDA. Renzo Mejía vive en Italia desde el 2015. Acaba de publicar la novela Hábitat en Ciudad de México, con el sello Textofilia Edicio- nes.

No tengo la certeza de no haber contraído el virus. A finales de enero tuve la grandiosa idea de irme a dar una vuelta por el centro de Milán –quién iba a imaginar que poco tiempo después el motor económico del país se convertiría en la carcasa de una ciudad desierta– y estuve en contacto con un sinnúmero de gentes en diferentes locales. No es entonces (quizá) una pataleta de mi hipocondría el recrudecimiento de mi rinitis alérgica o la molesta tos que no me deja en paz desde hace ya varios días. Lo cierto es, sin embargo, que no tengo la sensación de estar muriendo. Caprichosamente sigo respirando. Ese virus que es la vida parece ser acaso más potente, irrefrenable, implacable.

Mientras escribo esta crónica, las ambulancias suenan ininterrumpidamente, y el helicóptero de la Guardia Medica hace giros sobrevolando la ciudad de este a oeste, de norte a sur. A lo alto, la enorme pantalla instalada en la terraza de la Torre Piacentini, que desde mi sala alcanzo a ver como si fuese un gigantesco televisor, proyecta instrucciones, con unas inquietantes y eléctricas letras rojas, sobre cómo comportarse en caso de manifestar síntomas virales: “Resta a casa!” (¡No salgas!).

No podía, por supuesto, dejar de cuestionar las grandilocuentes y obscenas declaraciones de Matteo Salvini, líder de la Lega (partido euroescéptico y xenófobo que alcanza más del 30% de intención de voto en las encuestas), en una entrevista al noticiero Sky TG24 en donde pide públicamente que se abran las iglesias para celebrar la Pascua, ignorando las disposiciones sanitarias. “No veo la hora de que la ciencia y el buen Dios, porque solo la ciencia no es suficiente, derroten a este monstruo para volver a salir. Nos acercamos a la Santa Pascua, y necesitamos también de la protección del Corazón Inmaculado de María…” ¿Cómo, pues, podremos mantener la fe y la esperanza de vencer esta crisis mundial si somos guiados por la arrogante y grotesca vulgaridad de cierta casta política?. //

El Comercio mantendrá con acceso libre todo su contenido relacionado al coronavirus.

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¿Qué es un coronavirus?

Los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden llegar a causar infecciones que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, que se pueden contagiar de animales a personas (transmisión zoonótica). De acuerdo con estudios, el SRAS-CoV se transmitió de la civeta al ser humano, mientras que el MERS-CoV pasó del dromedario a la gente. El último caso de coronavirus que se conoce es el covid-19.

En resumen, un nuevo coronavirus es una nueva cepa de coronavirus que no se había encontrado antes en el ser humano y debe su nombre al aspecto que presenta, ya que es muy parecido a una corona o un halo.

¿Qué es la covid-19?

La covid-19 es la enfermedad infecciosa que fue descubierta en Wuhan (China) en diciembre de 2019, a raíz del brote del virus que empezó a acabar con la vida de gran cantidad de personas.

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