"Las inmensas preguntas", por Renato Cisneros. (Ilustración: Renato Cisneros)
"Las inmensas preguntas", por Renato Cisneros. (Ilustración: Renato Cisneros)
Renato Cisneros

Estamos en el escenario de la Universidad de Bellas Artes y Ciencias, en el marco del Hay Festival de Cartagena. Me acompañan tres escritores sudamericanos: la argentina Samanta Schweblin y los colombianos Juan Cárdenas y Camilo Hoyos. Después de conversar sobre nuestros últimos libros aguardamos en silencio la eventual llegada de las preguntas del público.

“Las preguntas del público” podría ser perfectamente el tema central de una mesa en cualquier congreso de escritores. Nunca dejan de sorprender. Algunas, las más infrecuentes, son brillantes; otras, reflexivas; otras, confrontacionales; otras, disparatadas o inoportunas; otras, amables; y otras, la mayoría, son reflexiones libres, digresiones disfrazadas de una pregunta que rara vez llega a ser formulada. 

En 1978 un jovencito y pelilargo Mario Montalbetti le preguntó a Jorge Luis Borges en el aula magna de la Universidad Católica: “Borges, ¿sigue usted pensando que el gran misterio es el tiempo?”. Pregunta concisa y directa. El genio argentino ofreció enseguida una hermosa reflexión filosófica acerca de la imposibilidad del hombre de pensarse a sí mismo sin temporalidad.  

En el 2014, en Bogotá, Vargas Llosa vio cómo un lector, después de indagar acerca de su relación con el ex presidente colombiano Álvaro Uribe, despellejaba una de sus novelas frente al auditorio. “Gracias”, le dijo el Nobel peruano, “usted no sabe lo aburridos que pueden llegar a ser estos eventos sin gente como usted”.  

No olvido lo que pasó en 2015 con Joselo Rangel, el bajista de Café Tacvba, la tarde que lo entrevisté en el teatro Municipal de Arequipa. Habíamos hablado durante varios minutos acerca de lo necesario que es para cualquier músico mantener una ‘pose’, entendida no como disfuerzo estético, sino como construcción de imagen. Conveníamos, por ejemplo, en que el starsystem musical –a diferencia del ámbito literario– no solo soporta la pose, sino que la justifica y hasta la exige. Todo músico, decía Joselo, debe ser consciente de que su despliegue público es siempre performático. “Jim Morrison fue uno de los primeros cantantes en elaborar conscientemente una pose”, opinó. Todo iba bien hasta que llegaron las preguntas del público. En la tercera o cuarta intervención, un sujetillo huesudo y pelucón se puso de pie y, sin la menor cortesía, disparó: “¿Tú quién te crees para venir a Arequipa a decir que Jim Morrison es un posero?”. Nunca entendí, por cierto, el énfasis que puso el hombre al decir eso, como si el vocalista de The Doors hubiese nacido en Mollendo o Camaná. Felizmente, Rangel respondió la afrenta con didáctica elegancia. 

La tarde de Cartagena, una señora, tras elogiar la última novela de Samanta Schweblin (Distancia de rescate) y referir que le había gustado mucho el tratamiento del tema de la maternidad, le preguntó si ella era madre en la vida real. “Es como si a un autor de novelas policiales le preguntaran cuántos crímenes cometió antes de escribir su libro”, respondió Samanta antes de aclarar que todavía no tiene hijos.  

A Juan Cárdenas, un señor le lanzó una inquietud oceánica: “Háblenos del horror a la página en blanco”. Tras unos segundos, Cárdenas respondió: “No hay ningún horror, es mejor tener una página en blanco que muchas llenas de mierda”.  

A mí, por último, una mujer de edad venerable me hizo una pregunta odiosa. “¿Qué consejo le darías a alguien que quiere escribir una novela?”. Tal vez por los varios mojitos que había bebido antes carecí de claridad para responderle lo que de verdad pienso: que no hay consejo posible, pues solamente al final de la escritura de un libro aparecen las claves y trucos que lo han hecho posible y que solo servían para que ese autor escribiera el libro que acaba de terminar y no otro.  

Me retiré de la sala con la sensación de que los encuentros literarios no están hechos para ofrecer las mejores respuestas posibles. Salvo, claro, que seas Salman Rushdie. Ante la pregunta espontánea de si se consideraba un profeta, el escritor británico sentenció muy resoluto: la auténtica sabiduría está en los libros, no en quienes los escriben. 

Esta columna fue publicada el 3 de febrero del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.

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